Caballo de Troya
J. J. Benítez
amor, sacar agua de los pozos y hasta encender el fuego... Aquellas abrumadoras normas de
origen religioso trastornaban por completo el ritmo diario de la vida social de los judíos. Y lo
que en un principio debería haber sido un motivo de alegría y merecido descanso, había
terminado por deformarse, convirtiéndose en un enmarañado código de disposiciones, en su
mayoría absurdas y ridículas.
Lázaro y su familia, siguiendo el ejemplo de Jesús, adoptaban una postura mucho más
liberal. Esa misma tarde tendría oportunidad de comprobar los muchos disgustos y quebraderos
de cabeza que arrastraban, como consecuencia de la sincera puesta en práctica de la doctrina
que venía predicando el rabí de Galilea.
A pesar de todo, quedé francamente sorprendido al ver -desde primeras horas de la
mañana- un incesante gentío que, procedente de Jerusalén y del campamento levantado junto
a sus murallas, pretendía saludar a Lázaro y al hombre que había sido capaz de desafiar al Gran
Sanedrín. Según mis informaciones, uno de estos preceptos sabáticos especificaba que el
hombre de la casa debía dar tres órdenes cuando comenzaba a oscurecer (es decir, en la tarde
del viernes): «¿Habéis apartado el diezmo?»1. «¿Habéis dispuesto el erub»? Por último, el
cabeza de familia debía ordenar que se prendiera la lámpara.
Pues bien, si la distancia de Jerusalén a Betania era de unos quince estadios (casi tres
kilómetros), ¿cómo es que aquellos judíos incumplían una de las normas más severas del
sábado: caminar más de los dos mil codos fijados por la Ley?2.
Lázaro, con una sonrisa maliciosa, vino a explicarme que, también en aquellos tiempos,
«hecha la ley, hecha la trampa....»
Los israelitas, para aligerar esta disposición de los dos mil codos, habían «inventado» el erub.
Si una persona, por ejemplo, colocaba en la vigilia del sábado (el viernes) alimentos como para
dos comidas dentro de ese límite de los dos mil codos o mil metros, aquello -el erub- era
considerado como una «residencia temporal», pudiendo entonces caminar otros dos mil codos
en cualquier dirección3.
Esto explicaba la masiva presencia de peregrinos y vecinos de Jerusalén en Betania, que según mi amigo- podían haber situado uno o dos erub en el mencionado sendero que une las
tres poblaciones: Jerusalén, Betfagé y la aldea en la que me encontraba.
Mi condición de extranjero y gentil me proporcionó, al fin, una oportunidad para ayudar a la
familia que me había acogido bajo su techo. Hasta la hora tercia (nueve de la mañana), y
después de vencer la resistencia de Marta, me ocupé del transporte del agua, así como de
alimentar el fuego de la chimenea, recoger los huevos del gallinero y de la limpieza y puesta a
punto de un ingenioso artilugio que llamaban antiki y que no era otra cosa que una especie de
calentador metálico, con un recipiente para las brasas. El descanso sabático prohibía retirar las
cenizas del mismo y, por supuesto, volver a cargarlo. Aquel utensilio, provisto de un tubo
interior en contacto con el fuego, era de gran utilidad para calentar agua. Al no ser judío, yo
estaba liberado de aquellas normas y ello, como digo, me permitió compensar en parte la
gentileza y hospitalidad de mis amigos.
Pero mi corazón ardía en deseos de salir al encuentro de Jesús. Marta, con su finísimo
instinto, me sugirió que lo dejara todo y que fuera en busca del Maestro. Poco antes, en una de
sus visitas a la casa de su vecino, Simón, con motivo de la preparación del festín que los
1
Las estrechas leyes del descanso sabático llegaban a tal extremo, que de los alimentos que habían de ser
ingeridos había que apartar el diezmo antes del sábado. Durante este tiempo no se podía hacer tal operación. (N. del
m.)
2
A diferencia del codo romano (cubitus), de 74 milímetros (es decir, la longitud de una mano), el codo judío también llamado filetérico, por el apodo de los reyes de Pérgamo (Philetairos)-, estuvo vigente en el oriente del Imperio
romano desde la constitución de la provincia de Asia en el año 133 antes de Cristo. Tenía 52,5 centímetros de longitud.
Esta medida se empleaba corrientemente en Palestina y Egipto. En una conexión rutinaria con el módulo, nuestro
ordenador central confirmó que según Dídimo de Alejandría (final del siglo I antes de nuestra era), el codo egipcio de la
época romana equivalía a pie y medio del sistema tolemaico. Es decir, 525 milímetros También los escritos de Josefo
daban esta medida como la descrita en la literatura rabínica. (N. del m.)
3
El mismo recurso se utilizaba entre varios vecinos, colocando los alimentos en un patio y creando así la
presunción de que se trataba de una sola casa. De este modo quedaba permitido el transporte de objetos en su
interior. (N. del m.)
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