Test Drive | Page 74

Caballo de Troya J. J. Benítez »-Padre...1, te agradezco que hayas oído mi ruego. Sé que siempre me escuchas, pero a causa de los que están junto a mí, hablo contigo para que crean que me has enviado al mundo y sepan que intervienes conmigo en el acto que nos disponemos a realizar. »Acto seguido clavó su rodilla izquierda en tierra y asomándose a la galería que conduce a la cámara funeraria gritó con fuerza: «¡Lázaro!... ¡Acércate a mí!» »EI eco resonó en el interior de la cueva, mientras las cuarenta o cincuenta personas que allí estábamos sentimos un escalofrío. Algunos de los más próximos al Maestro nos asomamos a la tumba y percibimos, en la penumbra del foso, la forma de Lázaro, fuertemente fajado con tiras de lino blanco y reposando en el nicho inferior derecho del panteón. »María, asustada, se abrazó a su hermana. Nunca un silencio fue tan dramático. »Durante un corto espacio de tiempo, todos contuvimos la respiración. Aunque muchos de nosotros habíamos sido testigos de otros prodigios del rabí, la palpable y cruda realidad de aquellos cuatro días de enterramiento nos hacía dudar. »¿Qué iba a suceder? »Aquel desacostumbrado silencio se había propagado incluso a los alrededores. Las primeras y familiares golondrinas habían desaparecido del cielo y hasta el fuerte viento, tan propio de esta época, se había calmado inexplicablemente. »De pronto, el Maestro dio un paso atrás. Por las escaleras que conducen a la boca de la cueva apareció un bulto. María lanzó un grito desgarrador y cayó desmayada. Instintivamente, todos retrocedimos. »Un hombre cubierto por un lienzo pugnaba por salir al exterior. Pero sus manos y pies estaban atados con vendas y esto dificultaba su marcha. »De la sorpresa se pasó al terror y la mayoría de los hombres y mujeres huyeron por el jardín, entre alaridos y caídas. »¡Era Lázaro! »A duras penas, apoyándose en sus codos y manos, aquel bulto fue arrastrándose por las húmedas escalinatas de piedra hasta alcanzar los últimos peldaños. Allí se detuvo, jadeante, mientras un sudor frío nos recorría el rostro. »Pero nadie -ni siquiera Marta- se atrevió a dar un solo paso hacia el resucitado. »Jesús comprendió nuestro pánico y dirigiéndose a la «señora» ordenó que le quitáramos la tiras de tela y que le dejáramos caminar. »Con los ojos arrasados en lágrimas, Marta se aproximó valientemente, procediendo a desatar primero las vendas que oprimían sus muñecas. A continuación, sin esperar a liberarle de las ataduras de los tobillos, rasgó la sábana y dejó al descubierto el rostro de su hermano. Tenía los ojos muy abiertos y la faz blanca como la cal. »Una vez liberado, Lázaro saludó al Maestro y a sus discípulos, interrogando a su hermana Marta sobre el significado de aquellas ropas funerarias y por qué se había despertado en el jardín. Mientras la «señora» le refería su muerte, enterramiento y resurrección, Jesús dio media vuelta y con su habitual serenidad se inclinó, levantando el cuerpo de María. La muchacha no había recobrado aún el sentido y el Maestro, olvidándose por completo de Lázaro y de nosotros, la condujo entre sus brazos hasta la casa. »Poco después, los tres hermanos se postraron ante el rabí, agradeciéndole cuanto había hecho. Pero Jesús, tomando a Lázaro por sus manos, le levantó, diciendo: «Rijo mío, lo que te ha sucedido, ocurrirá igual a todos aquellos que crean en el evangelio, pero resucitarán bajo una forma más gloriosa. Tú serás el testigo viviente de la verdad que he proclamado: yo soy la resurrección y la vida. Ahora vayamos a tomar el alimento para nuestros cuerpos físicos.» «Esto es todo lo que podemos decirte. Lázaro me observaba fijamente. Supongo que con menor curiosidad de la que yo sentía por él. -Si me lo permites -intervine dirigiéndome al resucitado-, quisiera hacerte una última pregunta. El amigo de Jesús asintió con la cabeza. 1 Mis informantes se refirieron siempre al nombre de «Padre» con la palabra «Abba». Según mis estudios, este titulo se otorgaba también a muchos maestros del Talmud, como muestra de veneración y afecto. (N. del m.) 74