Caballo de Troya
J. J. Benítez
-Sabemos que los betusianos y esbirros de Ben Bebay1 -terció otro de los asistentes a la
reunión- tienen órdenes de prender a Jesús. La fiesta de la Pascua está cercana y nuestros
informantes aseguran que los bastones y porras de la policía del Gran Sanedrín estarán
dispuestos para caer sobre el rabí. Sólo aguardan una oportunidad.
-¿Por qué? -intervine, mostrando vivos deseos de comprender-. El Maestro, según tengo
entendido, es hombre de paz. Nunca ha hecho mal a nadie...
Lázaro debió notar una especial vibración en mi voz. Aquél fue el primer paso hacia la
definitiva apertura de su corazón.
-Tú eres griego -respondió el resucitado, dándome a entender que yo ignoraba muchas de
las circunstancias que rodeaban al rabí de Galilea-. No sé si conoces la profecía que acaricia y
contempla nuestro pueblo desde tiempos remotos. Un día nacerá en Israel un Mesías que hará
libres a los hombres. Pues bien, la casta sacerdotal cree y ha hecho creer al pueblo que ese
Salvador tendrá que ser, primero y sobre todo, un sumo sacerdote.
-¿El Mesías deberá ser miembro del Gran Sanedrín?
-Eso dicen ellos. Los largos años de dominación extranjera han fortalecido la esperanza de
ese Mesías, convirtiéndolo en un 'efe político que libere a Israel del yugo romano. Los
sacerdotes saben que el Maestro predica otro tipo de «liberación» y por eso lo consideran un
impostor. Esto seria suficiente para terminar con la vida de Jesús. Pero hay más...
Lázaro seguía observándome con los ojos brillantes por una progresiva e incontrolable
cólera.
Esos sepulcros encalados -como los llamó el Maestro- no perdonan que Jesús les haya
ridiculizado públicamente. Es la primera vez en muchos años que alguien les planta cara,
minando su influencia sobre el pueblo sencillo. Jesús, con sus palabras y señales, arrastra a las
muchedumbres y eso multiplica su envidia y rencor Por eso han jurado matarle...
-Pero no lo conseguirán -apostilló otro de los hebreos.
Interrogué a Lázaro con la mirada. ¿Qué querían decir aquellas rotundas palabras?
El amigo amado de Jesús desvió la conversación.
-Por favor, disculpa nuestra descortesía. A juzgar por el polvo de tus sandalias y la fatiga de
tu rostro, debes de haber caminado mucho Te suplico que -como hermano nuestro- aceptes mi
hospitalidad...
Aquel brusco giro en la conducta de Lázaro me desconcertó. Pero le dejé hacer.
El hombre abandonó la estancia, regresando a los pocos minutos, en compañía de una
mujer.
-Marta, mi hermana mayor -explicó Lázaro refiriéndose a la hebrea que le acompañaba- te
lavará los pies...
El corazón me latió con fuerza. Y sin cerciorarme del error que estaba cometiendo, me puse
en pie. El resto del grupo permaneció sentado. Era demasiado tarde para rectificar. Procuré
serenar mis nervios. No podía negarme a los requerimientos de mi anfitrión. Hubiera sido
considerado como un insulto al arraigado sentido oriental de la hospitalidad. Así que, colocando
mis manos sobre los hombros del resucitado, le sonreí, agradeciéndole su delicadeza lo mejor
que supe.
No tuve casi tiempo de fijarme en Marta, la «señora», puesto que éste es el verdadero
significado de dicho nombre. Antes de que su hermano hubiera terminado de hablar, ya había
traspasado el umbral de la sala, perdiéndose en el patio porticado.
Lázaro me rogó que tomara asiento sobre uno de los pequeños y desperdigados taburetes de
cuatro patas y asiento de mimbre que rodeaban la mesa.
A los cinco minutos, la figura de Marta se recortaba nuevamente en la puerta. Sujetaba en
las manos un lebrillo vacío y de su antebrazo izquierdo colgaba un largo lienzo blanco. Le
seguía un niño con una jarra de bronce llena de agua.
Como si se tratara de un hábito de lo más rutinario, la hermana mayor de Lázaro depositó el
barreño a mis pies, ciñéndose lo que hoy llamaríamos toalla. Me apresuré a soltar las tiras de
1
El ordenador central del módulo confirmó el nombre de Ben Bebay como uno de los «jefes» del templo, con el
cargo concreto de «esbirro» (Escrito rabínico Sheqalim, V, 1-2). Este personaje estaba encargado, entre otros
menesteres, de azotar, por ejemplo, a los sacerdotes qu R