Test Drive | Page 67

Caballo de Troya J. J. Benítez por lo que pude observar, era mucho más extensa de lo que había imaginado. En el centro de este atrio rectangular y abierto a los cielos se abría un estanque de unos tres metros de lado. El piso, cubierto con ladrillos rojos, aparecía ligeramente inclinado y acanalado, de forma que las aguas pluviales pudieran caer desde los aleros de los edificios situados a izquierda y derecha hasta el recinto central. Ambas estancias tenían la misma altura que la pared de la fachada: unos metros, aproximadamente. Luego supe que la de la derecha era en realidad una cuadra y que la de la izquierda se destinaba a depósito de aperos, arneses y rejas para el arado. Al fondo del patio, a unos siete metros del portalón por donde yo había entrado, se abría otra puerta, casi frente por frente a la principal. Allí me esperaba el hombre que yo había visto una hora antes al pie de la higuera. Junto a él, otros tres judíos, todos ellos arropados en sendos ropones de colores llamativos. Tal y como había observado entre muchos de los peregrinos galileos, llevaban una banda de tela arrollada en torno a la cabeza, dejando caer uno de sus extremos sobre la oreja derecha. Tenían todos una barba poblada, pero con el bigote perfectamente rasurado. Lázaro, en cambio, mantenía la cabeza despejada, con un cabello liso y corto y prematuramente encanecido. Los siervos me invitaron a aproximarme hasta su señor. Al llegar a su altura, poco me faltó para tenderles mi mano. Lázaro y sus acompañantes permanecieron inmóviles, examinándome de pies a cabeza. Fue un momento difícil. Más adelante comprendería que aquella frialdad estaba justificada. Desde su resurrección, los enemigos de Jesús -en especial los fariseos y otros miembros destacados del Gran Sanedrín- venían mostrando una preocupante hostilidad contra el vecino de Betania. Si el Nazareno constituía ya de por sí una amenaza contra los sacerdotes de Jerusalén, Lázaro -con su vuelta a la vida- había revolucionado los ánimos, erigiéndose en prueba de excepción del poder del Maestro. Era lógico, por tanto, que la familia desconfiase de todo y de todos. Aquella tensa situación se vería aliviada -afortu