Caballo de Troya
J. J. Benítez
La fortaleza o torre Antonia, residencia del representante del César durante las fiestas más
sobresalientes de los judíos, se elevaba sobre una cota de 2220 pies sobre el nivel del mar. Era
otra soberbia construcción de 450 por 384 pies, flanqueada en sus cuatro esquinas por sendas
y poderosas torres de 105 pies de altura cada una.
Al Oeste de la ciudad, en la cota más alta de Jerusalén (2280 pies), la familia Herodes había
emplazado su residencia fortaleza. El palacio y los jardines reales ocupaban una franja de
terreno, junto a la mencionada muralla más occidental de la ciudad santa de 900 x 300 pies. La
edificación sobresalía por sus tres espigadas torres, de 120, 90 y 75 pies, respectivamente1.
Desde el ala norte del palacio herodiano -tal y como nuestros radares habían detectado la
noche anterior- se extendía otra muralla hasta la mitad, poco más o menos, de la cara oeste
del templo, dividiendo a la ciudad en dos sectores.
Las dimensiones, en definitiva, de Jerusalén eran las siguientes: longitud máxima (desde la
torre Antonia hasta el vértice sur), 3696 pies. En este ángulo sur de la ciudad -junto a la
piscina de Siloé- detectamos la cota más baja del terreno: 1980 pies.
La anchura de la ciudad santa, contando desde el muro exterior occidental (correspondiente
al palacio de Herodes) hasta el pináculo del templo, 667 ,6 pies.
La inexpugnable muralla que guardaba Jerusalén se levantaba a 225 pies sobre la superficie
del valle. (El curso del Cedrón oscilaba entre los 1860 pies, en su cota más baja, frente a
Hakeldama y al espolón que forman las murallas al sur de la población, y los 2040 pies, a su
paso frente al huerto de Getsemaní, en la falda occidental del Olivete.)
El ordenador computó la longitud total de la muralla exterior de la ciudad, registrando en
pantalla 11 378,1 pies2. Por su parte, el muro que cruzaba entre las viviendas, dividiendo a
Jerusalén en dos ciudades perfectamente diferenciadas como tendría ocasión de comprobar en
persona- tenía una longitud aproximada de 1446,6 pies.
En nuestra vertical, el monte de los Olivos ofrecía dos cotas máximas: 2 220 pies frente a la
piscina de Siloé; es decir, al sur de la ciudad y 2454 pies (elevación máxima), frente al templo.
El huerto de Getsemani -localizado en una cota inferior a ésta- se hallaba a una distancia de
739,2 pies (en línea recta desde la ladera al muro oriental del templo).
Aquella cota máxima del Olivete (2454 pies sobre el nivel del mar), estaba situada a unos
180 pies por encima del templo. Esto, unido a la localización por nuestros equipos de una
pequeña formación rocosa que despuntaba en dicha cima, entre un mar de olivos, nos decidió
establecer nuestro punto de contacto sobre el reducido calvero de dura piedra caliza.
A las 10 horas y 15 minutos, el módulo se posó -al fin- sobre la cumbre del monte de los
Olivos. En un primer «tanteo», los cuatro pies extensibles de la «cuna» se hundieron
ligeramente entre las lajas rocosas. Finalmente, la nave quedó estabilizada y nosotros
procedimos a la desactivación del motor principal.
Aunque el descenso no podía ser visualizado por los habitantes de Jerusalén o de sus
alrededores, un observador relativamente cercano a nuestro punto de contacto sí hubiera
podido descubrir un súbito remolino de polvo y tierra, provocado por el choque de los gases
contra el suelo, en la operación final de frenada del módulo. Por fortuna, aquella polvareda
desapareció en poco más de sesenta segundos, así como el agudo silbido del reactor.
A pesar de todo, Eliseo y yo nos mantuvimos alerta por espacio de casi media hora, atentos
a cualquier inesperada emisión de radiaciones infrarrojas, provenientes de seres humanos, que
pudieran irrumpir en el campo de seguridad de nuestro vehículo, fijado en un radio de 150 pies.
Cualquier individuo o animal que penetrase en dicha franja de terreno sería automáticamente
visualizado en los paneles del módulo. En caso de un presunto ataque, el tripulante que
permanecía en el interior de la «cuna» estaba autorizado a desencadenar un dispositivo
especial de defensa -ubicado en la «membrana» exterior del fuselaje- que proyectaba a 30 pies
de la nave una pared de ondas gravitatorias en forma de cúpula. Aunque esta semiesfera
protectora no podía ser visualizada, el intruso o intrusos que trataran de cruzaría hubieran
recibido la sensación de estar avanzando contra un viento huracanado. (Como ya comenté en
1
Herodes llamó a estas torres Hípica, Fasael y Mariamme, respectivamente. (N. del m)
2
El recinto exterior medía, por tanto, 3 792,7 metros, aproximadamente. La muralla interior era de 482,2 metros.
(N. del m.)
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