Caballo de Troya
J. J. Benítez
escrúpulos o con una visión fanática y partidista de la historia. En las seis primeras inversiones
de masa que fueron practicadas con carácter puramente experimental en el desierto de Mojave
pudo comprobarse que el trasvase del módulo y de los pilotos a otras fechas remotas no
afectaba a la naturaleza física de los mismos ni tampoco al psiquismo o a la memoria de los
tripulantes. Estos, mientras duró el «salto hacia atrás», fueron conscientes en todo momento
de su propia identidad, recordando con normalidad a qué época pertenecían. En el grupo se
discutió a fondo y con toda honestidad las gravísimas repercusiones que hubiera entrañado
para una persona, o para una colectividad, la trágica circunstancia de que «alguien» de una
época pasada pudiese resultar muerto en un enfrentamiento, por ejemplo, con alguno de
nuestros exploradores. Si el principio causa-efecto respondía a una realidad, los resultados
históricos podían ser funestos.
De ahí que nuestra misión -por encima de todo- sólo podía aspirar a la observación y análisis
de los hechos, personajes o épocas elegidos. Y no era poco...
Por fortuna para el proyecto Caballo de Troya, nuestras relaciones con el Estado de Israel
eran inmejorables, en especial a partir de la guerra de los Seis Días. Era primordial para la
ejecución del «gran viaje» que la «cuna» pudiera ser trasladada a Palestina y ubicada en el
«punto de contacto» elegido. Todo ello -además- sin levantar sospechas. Pero poco puedo
referir sobre estas gestiones, que pesaron íntegramente sobre las espaldas del general Curtiss.
Sólo al final, cuando apenas faltaban dos meses para la cuenta atrás, los más allegados al jefe
del proyecto supimos de los obstáculos surgidos, de las duras condiciones impuestas por el
Gobierno de Golda Meir y de los fallidos pero irritantes intentos de la CIA por hacerse con el
control de la operación.
Aquellos combates en la oscuridad de los despachos y de la burocracia estatal pasaron
inadvertidos para mi y para el resto del equipo, enfrascados en la última fase de los
preparativos de la aventura. (Ahora doy gracias al Cielo por esta supina ignorancia...)
El resto de 1971, así como la casi totalidad de 1972, mi centro de operaciones cambió
notablemente. Durante esos dos años, mi tiempo se repartió entre el pueblecito de Malula, la
universidad de Jerusalén y la base de Edwards. La Operación Caballo de Troya contemplaba dos
fases perfectamente claras y definidas.
Una primera, en la que el módulo sufriría el ya conocido proceso de inversión de masa,
forzando los ejes del tiempo de los swivels hasta el día, mes y año previamente fijados. En este
primer paso, como es lógico, mi compañero y yo permaneceríamos a bordo hasta el «ingreso»
en la fecha designada y definitivo asentamiento en el Punto de contacto.
La segunda -sin duda la más arriesgada y atractiva- obligaba al abandono de la «cuna» por
parte de uno de los exploradores, que debía mezclarse con el pueblo judío de aquellos tiempos,
convirtiéndose en testigo de excepción de los últimos días de la vida de Jesús el Galileo. Ese era
mi «trabajo».
Este cometido -en el que no quise pensar hasta llegado el momento final- me obligó durante
esos años a un febril aprendizaje de las costumbres, tradiciones más importantes y lenguas de
uso común entre los israelitas del año 30.
Buena parte de esos 21 meses los dediqué a la dura enseñanza de la lengua que hablaba
Cristo: el arameo occidental o galilaico. Siguiendo los textos de Spitaler y de su maestro en la
universidad de Munich, Bergsträsser, no fue muy difícil localizar los tres únicos rincones del
planeta donde aún se habla el arameo occidental: la aldea de Ma’lula, en el Antilibano, y las
pequeñas poblaciones, hoy totalmente musulmanas, de Yubb'adin y Bah'a, en Siria1.
Y aunque el árabe ha terminado por saltar las montañas del Líbano, contaminando el
lenguaje de los tres pueblos, la fonética y morfología siguen siendo fundamentalmente
arameas.
1
Como información complementaria puedo añadir que el acceso a la aldea de Ma'lula -al menos en los años 1971 y
1972- podía efectuarse por la carretera de Damasco a Homs. Al alcanzar el kilómetro cincuenta hay que tomar un
desvío a la izquierda. Tras remontar nueve kilómetros de pendiente aparece ante la vista un monasterio católico de
monjes basilios. Al pie de ese monasterio se encuentra Ma'lula, con sus escasos mil habitantes. Toda la población era
católica. La iglesia está a cargo de un sacerdote libanés que habla árabe. En esta lengua, precisamente, se desarrolla la
liturgia, aunque el lenguaje del pueblo es el arameo occidental, muy mezclado ya por el propio árabe y otras palabras y
expresiones turcas, persas y europeas. (N. del m.)
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