Caballo de Troya
J. J. Benítez
moverse del lugar elegido. Nuestro hábitat de trabajo en todos aquellos años (el corazón
salitroso del desierto de Mojave) reunía, además, otro requisito de gran importancia para las
primeras y decisivas experiencias dé la Operación Caballo de Troya. Los informes geológicos
nos tranquilizaron sobremanera al asegurarnos que aquella zona -a pesar de hallarse en el filo
de la placa tectónica norteamericana, de gran actividad telúrica- no había sufrido grandes
cambios desde finales del período jurásico, hace más de 135 millones de años, cuando se
produjo la llamada «perturbación Nevadiana». A pesar de todo y como medida complementaria,
la «cuna» fue provista de un equipo auxiliar de propulsión, consistente en un motor gemelo al
del VIAL en el que yo había trabajado en el año 1964. General Electric nos proporcionó un
motor principal (de turbina a chorro CF-200-2V), que fue montado verticalmente y que permitía
un rápido y seguro movimiento ascensional1.
Estas medidas de seguridad, que fueron muy poco utilizadas, revisten sin embargo una gran
importancia. Una de nuestras obsesiones, mientras iba perfilándose el primer «gran viaje» del
proyecto Caballo de Troya, era acertar con la orografía del terreno elegido para el salto hacia
atrás en el tiempo. Si nuestros informes técnicos erraban en lo que a la configuración física y
geológica del punto de contacto se refería, la inversión de los ejes del tiempo de los swivels
podía resultar catastrófica. La «cuna», por ejemplo, posada en pleno siglo XX en una planicie,
podía quedar desintegrada si «aparecía» -por error- en el interior de una montaña y que en el
pasado podía haber ocupado ese espacio que hoy estábamos utilizando como punto de
contacto.
Por tanto, después de infinidad de cálculos y estudios, los hombres del general Curtiss
aceptamos de buen grado que -salvo contadas excepciones- la fase de inversión debía
provocarse siempre en el aire, en estado estacionario. Una vez localizado electrónica y
visualmente el punto de contacto, la «cuna» podría ser aterrizada con toda comodidad y sin
riesgo alguno de choque o desintegración.
Las primeras pruebas de vuelo de la «cuna», cuyo equipo de inversión de masa fue
suprimido en aquellas fechas por elementales razones de seguridad, fueron llevadas a cabo por
el entonces piloto-jefe de investigaciones del Centro de la NASA en Edwards, Joseph A. Walker,
ya fallecido, y que en los años 1964 y 1965 dirigió y tomó parte en más