Caballo de Troya
J. J. Benítez
pasado. Aquel potencial -sencillamente al alcance de nuestra tecnología- nos hizo vibrar de
emoción, imaginando las más espléndidas posibilidades de «viajes» al futuro y al pasado1.
A partir de esos momentos (1966), el proyecto se subdividió en tres ambiciosos programas.
Aunque estrechamente vinculados, los tres equipos se afanaron en la puesta a punto de
otros tantos módulos que nos permitieran la exploración -sobre el «terreno»- en tres
direcciones bien distintas:
En primer lugar, con un «viaje» a otro marco dimensional dentro de nuestra propia galaxia2.
En segundo término, y forzando los ejes del tiempo de los swivels hacia adelante, trasladar
todo un laboratorio -con astronautas incluidos- a nuestro propio futuro inmediato.
Por último, y siguiendo un proceso contrario, situar otro módulo o laboratorio en el pasado
de la Tierra.
Yo fui asignado a este tercer proyecto -bautizado como Caballo de Troya- y a él, y a cuanto
le rodeó basta que fue consumado en enero de 1973, me referiré en esta primera parte del
diario.
Desde 1966 a 1969, nuestro módulo -bautizado entre los miembros del equipo como la
«cuna» a causa de su parecido con dicho mueble- experimentó sucesivas modificaciones, hasta
alcanzar un volumen lo suficientemente grande como para albergar a dos tripulantes.
La atención del reducido grupo de científicos que fuimos seleccionados para la Operación
Caballo de Troya estuvo fija durante muchos meses en la consecución de un sistema que
permitiera una total y segura manipulación de los ejes del tiempo de los swivels de toda la
«cuna», tanto manual como electrónicamente.
Finalmente, y con la colaboración de la Bell Aerosystems Co., de Niagara Falls -la misma
empresa que diseñó y construyó el ML o módulo lunar para el proyecto Apolo- nos hicimos con
un laboratorio de diez pies de alto, con cuatro puntos de apoyo extensibles, de trece pies cada
uno y un peso total de 3000 libras.
A diferencia del módulo del primero de los proyectos que he citado -cuya operación fue
bautizada como Marco Polo- el nuestro no precisaba de un sistema de propulsión. La operación
de inversión de todas las subpartículas atómicas de la «cuna», incluido el recinto geométrico del
mismo, sus ocupantes y la totalidad de los gases, fluidos, etc., que lo integran, podía
efectuarse «en seco»; es decir, sin que el habitáculo y sus pies de sustentación tuvieran que
1
Aunque ya he hecho una ligera alusión a este trascendental descubrimiento, trataré de señalar algunas de las
líneas básicas en lo que a esta nueva definición de «intervalo dc tiempo» se refiere. Como he dicho, nuestros científicos
entienden un intervalo de tiempo «T» como una sucesión de zwivels cuyos ángulos difieren entre 51 cantidades
constantes. Es decir, consideremos en un swivel los cuatro ejes (que no son otra cosa que una representación del
marco tridimensional de referencia), y que no existen en realidad: en otras palabras, que son tan convencionales como
un símbolo aunque sirven al matemático para fijar la posición del ángulo real. Si dentro de ese marco ideal oscila el
ángulo real, imaginemos ahora un nuevo sistema referencial de los ángulos, cada uno de los cuales forma 90 grados
con los cuatro anteriores. Este nuevo marco de acción de un ángulo real y el anteriormente definido, definen
respectivamente espacio y tiempo. Observemos que los «ejes rectores» que definen espacio y tiempo poseen grados de
libertad distintos. El primero puede recorrer ángulos-espacio en tres orientaciones distintas, que corresponden a las tres
dimensiones típicas del espacio; el segundo está «condenado» a desplazarse en un solo plano. Esto nos lleva a creer
que dos swivels cuyos ejes difieran en un ángulo tal que no exista en el universo otro swivel cuyo ángulo esté situado
entre ambos, definirán el mínimo intervalo de tiempo. A este intervalo, repito, lo llamamos «instante». (N. del m.)
2
Como he expresado anteriormente, no puedo sugerir siquiera la base técnica que conduce a la mencionada
inversión de todos y cada uno de los ejes de los swivels, pero puedo adelantar que el proceso es instantáneo y que la
aportación de energía necesaria para esta transformación física es muy considerable. Esa energía necesaria. puesta en
juego hasta el instante en que todas las subpartículas sufren su inversión, es restituida «íntegramente» (Sin pérdidas),
retransformándose en el nuevo marco tridimensional en forma de masa. Los experimentos previos demostraron que,
inmediatamente después de ese salto de marco tridimensional, el módulo se desplazaba a una velocidad superior, sin
que el cambio brusco de la velocidad (aceleración infinita) en el instante de la inversión fuera acusado por el vehículo.
Este procedimiento de viaje como es fácil adivinar- hace inútiles los restantes esfuerzos de los ingenieros y especialistas
en cohetería espacial, empeñados aún en lograr aparatos cada vez más sofisticados y poderosos..., pero siempre
impulsados por la fuerza bruta de la combustión o de la fisión nuclear. (Quizá ahora se empiece a entender por qué no
puedo ni debo extenderme en los pormenores técnicos de semejante descubrimiento...) Al llevar a cabo estos saltos o
cambios de marco tridimensionales observamos con desconcierto que -en el nuevo marco- la velocidad limite o
velocidad de la luz (299 792,4580 más-menos 0,0012 kilómetros por segundo) cambiaba notablemente. Hasta el punto
que la única referencia que puede reflejar el cambio de ejes es precisamente la medida de esa velocidad o constante C.
Tendremos así una familia de valores: C0 C1 C2 C3... C,,, que se extiende desde C0 = 0 (velocidad de la luz nula) a Cn =
infinito, cada una representando a un sistema referencial definido. (N. del m.)
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