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Caballo de Troya J. J. Benítez nuestro cosmos goza de un sinfín de dimensiones desconocidas. (Matemáticamente fue posible la comprobación de diez.) De estas diez dimensiones, tres son perceptibles por nuestros sentidos y una cuarta -el tiempo- llega hasta nuestros órganos sensoriales como una especie de «fluir», en un sentido único, y al que podríamos definir groseramente como «flecha o sentido orientado del tiempo». En ese raudal de información apareció ante nuestros atónitos ojos otro descubrimiento que cambiará algún día la perspectiva cósmica y que bautizamos como nuestro cosmos «gemelo»1 A mí, personalmente, al igual que al general jefe del proyecto, lo que terminó por cautivarnos fue el nuevo concepto del « tiempo». Al manipular con los ejes de los swivels se comprobó que estas entidades elementales no «sufrían» el paso del tiempo. ¡Ellas eran el tiempo! Largas y laboriosas investigaciones pusieron de relieve, por ejemplo, que lo que llamamos «intervalo infinitesimal de tiempo» no era otra cosa que una diferencia de orientación angular entre dos swivels íntimamente ligados. Aquello constituyó un auténtico cataclismo en nuestros conceptos del tiempo2. No fue muy difícil detectar que -por uno de esos milagros de la naturaleza- los ejes del tiempo de cada swivel apuntaban en una dirección común... para cada uno de los instantes que podríamos definir puerilmente como «mi ahora». Al instante siguiente, y al siguiente y al siguiente -y así sucesivamente- esos ejes imaginarios variaban su posición dando paso a distintos «ahora». Y lo mismo ocurría> obviamente, con los «ahora» que nosotros llamamos 1 Me extenderé poco sobre nuestro «biocosmos» o cosmos gemelo, pero me resisto a ocultar algunas de las características básicas del mismo. Aquellos análisis humillaron aún más si cabe nuestra soberbia científica. En realidad, no existe un único cosmos -como siempre habíamos creído- sino infinito número de pa &W2FR6