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Caballo de Troya J. J. Benítez Pero, lejos de retroceder se encararon con la escolta, reclamando el cuerpo del Maestro. Parte de los curiosos que se habían unido a los jueces, instigados y alentados por éstos, clamaron también, insultando a los romanos y arrojándoles piedras: Los amotinados, embravecidos, empezaron a avanzar hacia el Calvario. Pero el centurión, desenvainando su espada, se colocó a la cabeza de los legionarios y dio la orden de cargar. En formación cerrada, protegiéndose de los proyectiles con los escudos, los romanos comenzaron a caminar con paso firme y decidido hacia los sanedritas que habían trepado hasta el peñasco. Sus rostros tensos, rezumando una rabia mal contenida, me hicieron temblar. Aquellos legionarios parecían dispuestos a todo. Pero los sacerdotes, intuyendo el peligro, dieron media vuelta, huyendo atropelladamente. Uno o dos, en su precipitación, rodaron por el canal, siendo pisoteados sin piedad por la patrulla que, en hilera, corría ya en dirección a los irritados heb &V