Caballo de Troya
J. J. Benítez
073,2912 kilómetros, siempre a una altitud de 6 000 metros. (El diámetro solar aparente
correspondía a un arco cuyo valor aproximado era de 33 minutos y 10 segundos.)1
Al consumarse el «eclipse», que insisto, sólo pudo tener una proyección puramente local,
muchos de los judíos –espantados- cayeron rostro en tierra, golpeándose el pecho con ambas
manos y profiriendo alaridos de terror. Los saduceos, desconcertados, no sabían cómo
reaccionar. Al fin, la mayoría de los hebreos escapó hacia la puerta de Efraím, mientras los
dirigentes judíos -no demasiado convencidos- intentaban retenerles, gritándoles que «todo
aquello sólo podía obedecer a algún encantamiento del crucificado o a un fenómeno celeste...»
Fue inútil. La turbación de los incultos y supersticiosos enemigos de Jesús era tal que ni
siquiera escucharon los razonamientos de los sacerdotes. Y allí permaneció el desamparado
puñado de jueces, mucho más pendiente de lo que ocurría en los cielos que en el patíbulo.
Supongo que, si siguieron al pie del Gólgota no fue porque les sobrara valentía, sino por
obediencia a Caifás y al resto del Consej