Test Drive | Page 305

Caballo de Troya J. J. Benítez los cincuenta escasos judíos que habían preferido aguantar el azote del viento al pie del Gólgota. En cuanto a los crucificados, al verlos mudos y con las cabezas inmóviles sobre el pecho, lo primero que pensé es que habían perecido por asfixia. Longino debió imaginar lo mismo porque se precipitó hacia las cruces, palmoteando sobre sus ropas y sacudiéndose la tierra acumulada. Sin embargo, al situarnos bajo los condenados, comprobamos -yo, al menos, con aliviocómo seguían vivos. Las costillas flotantes de Jesús registraban esporádicas oscilaciones, señal de una débil ventilación pulmonar. Las heridas y regueros de sangre se hallaban acribillados por infinidad de partículas de tierra y arena, llegando a taponar las profundas brechas de los costados y el desgarro de la rótula. Los cabellos de su cabeza, axilas y pubis, así como el del pecho, eran irreconocibles. Se habían convertido en masas encanecidas. Su cabellera, sobre todo, encharcada por las hemorragias, era ahora, con el polvo, un viscoso y ceniciento colgajo. Quedé aturdido al ver su barba y bigote cargados de polvo y sus labios, con una costra terrosa que desdibujaba las mucosas e, incluso, las profundas fisuras. Las heridas de los clavos, tanto en el Maestro como en los «zelotas», habían sido poco menos que taponadas por el «haboob». Aquel viento infernal, que acababa de atentar contra el hilo de vida que aún flotaba en lo alto de aquellos árboles, había logrado lo que parecía un milagro: detener la pérdida de sangre del Nazareno (aunque, sinceramente, a aquellas alturas de la crucifixión ya no sé qué hubiera sido mejor). De todas formas, el destino es muy extraño... Los guerrilleros y Jesús de Nazaret se hallaban sin conocimiento. En el fondo era lo mejor que les podía haber ocurrido. Y sucedió. A las 14.05 horas, mi compañero en el módulo -con una excitación similar a la que había experimentado durante mi permanencia en la finca de Getsemaní- abrió súbitamente la conexión, anunciándome algo que hizo tambalear mis esquemas mentales. ¡Ahí está otra vez...! ¡Jasón, lo tengo en pantalla...! El radar registra un eco... ¿Dirección...?, afirmativo: procede del Este. ¡Esto es de locos! Me volví hacia el lugar, pero, una vez más, no observé nada anormal. Era lógico. Aunque la «ola» de polvo se había extinguido, aquel objeto se hallaba aún, según el «Gun Dish» de a bordo, a 135 millas del «punto de contacto» donde reposaba la «cuna». No viene muy fuerte -prosiguió Eliseo, que debía tener la nariz pegada a la pantalla del radar-. Calculo que a unos 400 nudos... oh...! La voz de mi hermano se cortó. Rodeado como estaba por los 12 legionarios y los dos jefes no pude pulsar mi conexión y dirigirme a él. ¿Qué demonios pasaba en el módulo? -… ¡Jasón, nunca nos creerán...! El eco acaba de hacer una ruptura de casi 90 grados... Lo tengo en rumbo 190... Si sigue así pasará casi sobre tu vertical... Pero, ¿cómo ha podido...?, ¿qué clase de «cosa» puede hacer un giro así...? Jasón, entiendo que no puedes hablarme. Seguiré informando... ¡Reduce, afirmativo, reduce su velocidad! ¡Y también el nivel...! A ver..., en electo... ¡Roger!, pasa de 400 nudos a 275... ¿Nivel...? 300 y sigue bajando... Te doy «pegeons»1 al módulo: 90 millas y mantenido en 190... ¡Un instante...! ¡Acelera...! Afirmativo, está acelerando: ¡400..., 700..., 900 nudos...! ¡No es posible...! Se ha estabilizado en nivel 120 (cuatro mil metros)... Lo tendrás a la vista en seguida si mantiene esa velocidad... Entiendo que a las «dos» de tu posición... Efectivamente, a los cinco minutos y seis segundos, la voz de Eliseo irrumpió de nuevo en mi cabeza. Pero, esta vez silo tenía a la vista: al principio como un punto brillante. Después, conforme fue aproximándose, perdió luminosidad, convirtiéndose en una especie de «luna llena», de un color mate. Los soldados no tardaron mucho en verlo. Y el centurión, levantando la vista, quedó tan perplejo como yo. -… ¡Jasón...! ¿lo tienes? Yo lo veo casi a mis «12» y alto... Sigue a 12000 pies. ¡Se detiene...! ¡Afirmativo!, ¡ha hecho estacionario...! Las últimas palabras desde el módulo, cargadas de emoción, terminaron por contagiarme. Me restregué los ojos, pensando en una posible alucinación... Pero pronto caí en la cuenta que aquella 1 «Pege