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Caballo de Troya J. J. Benítez Aquella holgura me hizo temer incluso por la estabilidad del Maestro una vez que fuera levantado sobre la stipe. ¿Se produciría un desgarramiento de los tejidos? Los soldados obedecieron al oficial. Aquello se estaba demorando en exceso. Así que, ayudados por el optio, izaron el patibulum al crucificado con él, actuando con ligereza a la hora de enroscar al prisionero en la soga que debería servir para auparlo hasta lo alto del árbol. Al pasar la maroma por la ranura del extremo de la stipe y empezar a tensaría, el madero controlado por los legionarios para que no perdiera su posición horizontal- inició un lento y exasperante ascenso. Pero las fuertes ráfagas de viento, acuchillando el cuerpo del Nazareno con sucesivas cargas de polvo y tierra, empezó a poner en dificultades el levantamiento. El centurión reclamó a gritos la presencia de dos de los hombres que mantenían la seguridad del Gólgota, distribuyéndolos al pie de la escalera de mano en apoyo del soldado que tiraba desde lo alto. Mientras el Galileo conservó sus pies sobre la roca, la posición de sus brazos pudo mantenerse más o menos en el eje del patibulum. Poco a poco, su cabeza recuperó la verticalidad, cayendo en ocasiones sobre el mango o extremo superior del esternón. En uno de aquellos tirones, tras inhalar una fuerte bocanada de aire, Jesús levantó fugazmente la cabeza y dirigiendo la mirada hacia el turbulento cielo, exclamó: -¡Padre!..., ¡perdónales!... ¡No saben lo que hacen! Los infantes, al escuchar la quebrantada voz, se det Wf