Test Drive | Page 286

Caballo de Troya J. J. Benítez Aquél, en definitiva, iba a ser el escenario de toda una serie de trágicos y desconcertantes sucesos. ¿Cómo describir aquel lugar y aquel momento? ¿Cómo transmitir la inmensa soledad de Jesús de Nazaret al pisar la calva pedregosa del Gólgota? Hoy, al enfrentarme a esta parte de mi diario, be estado a punto de abandonar. A mí también me fallan las fuerzas, estremecido por los recuerdos. Y si he vuelto al relato de este primer «gran viaje» ha sido por respeto a la promesa hecha a mi hermano Eliseo... Espero que aquellos que lleguen a leer este testimonio sepan perdonar la pobreza de mi lenguaje. La ascensión hasta la redondeada plataforma que coronaba el peñasco -que creo haber anotado ya como de unos 12 a 15 metros de diámetro- fue muy breve. Los soldados tomaron una especie de canal situado en el lado este y que, en realidad, no era otra cosa que una hendedura natural, consecuencia de algún remoto agrietamiento de la enorme masa pétrea. Fueron suficientes veinte pasos para tomar posesión de la zona superior, a la que me resisto a dar el calificativo de cima. Al pisar aquel lugar, mi espíritu se encogió. Las ráfagas de viento, más que silbar, ululaban entre media docena de altos postes, firmemente hundidos en las fisuras de la roca. ¡Eran los stipes, palus o staticulum, como se designaba a los maderos verticales de las cruces! ¿Fue miedo lo que experimenté al ver aquellos rugosos troncos? Ahora, en la distancia, supongo que tuvo que ser una mezcla de terror y decepción. Terror por su negro y puntiagudo perfil y decepción porque, influenciado quizá por las incontables tradiciones e imágenes sobre la Cruz bíblic