Caballo de Troya
J. J. Benítez
Los hombres que ayudaban al Nazareno habían pasado los brazos de éste por encima de sus
respectivos hombros, sujetando al reo por la cintura y por ambas muñecas.
Y así, inválido, arqueando la pierna derecha con dificultades y con la izquierda inutilizada,
aquel despojo humano fue socorrido y trasladado hasta el pie del Gólgota. De acuerdo con mi
cómputo, la «vía dolorosa» -nunca mejor empleado el calificativo- había supuesto un total de
480 metros, aproximadamente.
Eran las 12.30 horas del viernes, 7 de abril.
Medio cegado por las partículas de polvo y tierra, a punto estuve de tropezar con las rocas
calcáreas que se derramaban en aquel paraje, al noroeste de la ciudad. Sin saberlo me
encontraba ya al pie del «Rás» o «Cabeza», también conocido por Calvario y Gólgota1.
Aunque la visibilidad era aún aceptable, los remolinos de arena dificultaron mi primera
exploración de aquel lugar. Sólo después del fallecimiento del Nazareno -una vez calmada la
tormenta y «libre» el sol del singular fenómeno que se registraría pasadas las 13.30 horaspude analizar con un cierto sosiego el