Test Drive | Page 280

Caballo de Troya J. J. Benítez Irak. Los sistemas electrónicos de la «cuna» habían detectado corrientes cónicas de partículas suspendidas en el aire, moviéndose hacia el Oeste-Noroeste y en frentes que oscilaban alrededor de los 100 kilómetros. Las bandas de este «haboob» se habían ido enroscando y ensanchándose, hasta alcanzar los 500 kilómetros, levantando a su paso gigantescas nubes de arena, procedentes de los desiertos arábigos de Nafud y Dahna. Las rachas, según los detectores del módulo, alcanzaban los 25 y 30 nudos por hora. En contra de lo que presumía Eliseo, la llegada de aquella tormenta había elevado la humedad relativa, estimándose también un ligero descenso de la temperatura. La visibilidad en el interior del polverío -añadió mi hermano- ha sido estimada por Santa Claus en unos 300 metros. Tiempo previsto para el barrido de la ciudad por el lóbulo central del «haboob»..., entre 30 y 45 minutos, a partir de ahora mismo. Aquello significaba que, si la comitiva conseguía alcanzar el lugar de la crucifixión antes de la entrada de la tormenta en el área de Jerusalén, las « tinieblas» -provocadas por las bancos de arena en suspensión- se echarían sobre nosotros en plena ejecución. Qué poco podía imaginar en aquellos instantes que las famosas «tinieblas» descritas por los evangelistas poco tenían que ver con el oscurecimiento del sol por el polvo... A corta distancia del parapeto de piedra que rodeaba aquella zona de la Torre Antonia esperaba un grupo de judíos (calculé unos doscientos), entre los que se hallaban unos pocos saduceos -los mismos que habían asistido a la condena de Jesús frente al Pretorio- y, por supuesto, José de Arimatea, en compañía de otro joven emisario de David Zebedeo. Este último acababa de comunicar al anciano que María, la madre del Maestro y otros familiares venían ya hacia Jerusalén y