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Caballo de Troya J. J. Benítez arriba e impotente para levantarse. Las espinas habían vuelto a herir la nuca y el Maestro, con un rictus de dolor, intentaba adelantar la cabeza, evitando así el contacto con la madera. Algunos de los legionarios que portaban los flagrum, cegados por la ira, se revolvieron también hacia el rabí y comenzaron a golpearle, insultándole y exigiéndole que se incorporase. Pero aquellas demandas fueron tan inútiles como absurdas. Nadie, en aquella posición, hubiera podido elevar el tronco por sus propios medios. En un desesperado intento por obedecer, el Nazareno llegó a doblar las piernas, tensando sus músculos. Pero, a los pocos segundos, vencido y agotado, desistió. Antes de que la lógica y el buen juicio se impusieran entre la confusa soldadesca, otro de los romanos se incl