Caballo de Troya
J. J. Benítez
Los ojos claros del romano chispeaban y se agitaban, presa de un miedo supersticioso y, en
mi opinión, cada vez más profundo. Pero Poncio no esperó mi posible respuesta. Después de
alisarse el postizo dio media vuelta, acercándose al Maestro.
Y con voz temblorosa le formuló las siguientes preguntas:
-¿De dónde vienes...? ¿Quién eres en realidad? ¿Por qué dicen que eres el Hijo de Dios...?
El Nazareno levantó su rostro levemente, posando una mirada llena de piedad sobre aquel
juez débil y acorralado por sus propias dudas. Pero los temblorosos labios de Jesús no llegaron
a articular palabra alguna.
Pilato, cada vez más descompuesto, insistió:
-¿Es que te niegas a responder? ¿No comprendes que todavía tengo poder suficiente para
liberarte o crucificarte?
Al escuchar aquellas amenazantes advertencias, el Galileo repuso al fin con