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Caballo de Troya J. J. Benítez Como ya señalé anteriormente, las «crótalos», o lentes especiales de contacto, me permitían dirigir el sistema de tele-termografía hacia las áreas deseadas, pudiendo ordenar así el cúmulo de exploraciones. Las imágenes obtenidas por este procedimiento fueron sencillamente dramáticas. La mayor parte del cuerpo de Jesús, bañado con sangre venosa, ofrecía una tonalidad roja-parduzca, mientras los hematomas (mucho más calientes) arrojaron un color azul intenso. El rastreo nos permitió observar cómo la red arterial principal no había sido dañada, aunque la vascularización cutánea y el sistema venoso superficial (especialmente en extensas zonas dorsales) presentaban numerosos destrozos. Según los médicos del proyecto, en el supuesto de que el Maestro hubiera conservado la vida, su recuperación -con las técnicas y fórmulas de aquella época- se hubiera prolongado por espacio de más de tres meses. El análisis de las retinas fue satisfactorio. El color amarillento-rojizo de las mismas vino a demostrarnos que la visión era correcta. No pudo decirse lo mismo de algunas de las articulaciones -en especial la de la pierna izquierda (hueco poplíteo) y las de los hombros-, seriamente afectadas por las bolas de plomo y los astrágalos de carnero. La temperatura dérmica de estas articulaciones, extraordinariamente inflamadas, había aumentado su temperatura hasta tres grados centígrados. En cuanto a la alta temperatura general (oscilante entre los 39 y 40 grados), vino a ratificar mi impresión personal: Jesús había sido presa de la calentura, que ya no le abandonaría hasta el momento de la muerte. El minucioso recorrido sobre el cuerpo del Galileo nos permitió distinguir, al menos, 225 puntos «calientes», correspondientes a otros tantos impactos, provocados por los flagrum. Las excoriaciones, hematomas y desgarros habían originado otras tantas áreas inflamatorias, generalmente circulares, que marcaban con su alta temperatura el trágico «mapa» de los azotes. Esta fue la «guía» de la flagelación, pormenorizada por el ordenador central del módulo: espalda y hombros: 54 impactos; cintura y riñones: 29; vientre: 6; pecho: 14; pierna derecha (zona dorsal): 18; pierna izquierda (dorsal): 22; pierna derecha (zona frontal): 19; pierna izquierda (frontal): 11 impactos; brazo derecho (ambas caras): 20; brazo izquierdo (ambas caras): 14; oídos: un impacto en cada uno; testículos: 2 y nalgas: 14 impactos. A estos destrozos hubo que añadir un sinfín de estrías o «arañazos», producidos por las correas de los látigos. La inmensa mayoría de estas lesiones tenía una longitud de tres centímetros, con la típica forma de «pesas de gimnasia», ocasionadas por los «escorpiones» de las puntas: bolas de metal y tabas. En síntesis, un castigo tan brutal que ninguno de los especialistas del proyecto llegó a comprender jamás cómo aquel hombre pudo resistirlo. infrarrojos era amplificada y filtrada, siendo conducida posteriormente a un osciloscopio miniaturizado. En él, gracias al alto voltaje existente y a un barrido sincrónico con el del detector, se obtenía la imagen correspondiente, que quedaba almacenada en la memoria de cristal de titanio del ordenador. Por supuesto, nuestro tele-termógrafo disponía de una escala de sensibilidad térmica (0,1 0,2 o 0,5 grados centígrados, etc.) y de una serie de dispositivos técnicos adicionales que facilitaban la medida de gradientes térmicos diferenciales entre zonas del termograma (isotermas, análisis lineal, etc.). Las imágenes así obtenidas podían ser de dos tipos: En escala de grises, muy adecuadas para el estudio morfológico de los vasos. Y en escala de color, entre ocho y dieciséis colores, muy útil para efectuar mediciones térmicas diferenciales con precisión. Ambos sistemas, naturalmente, podían ser usados de forma complementaria. Caballo de Troya, después de numerosas pruebas, seleccionó los equipos AGA-661, así como una asociación del Barnes-Pyroscan y los del sistema CSF-IR-815 como los más adecuados para nuestra misión. (N. del m.) 265