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Caballo de Troya J. J. Benítez Pero aquella descarga involuntaria de orina sólo sirvió para provocar las risotadas de los romanos y un ataque mucho más violento de ira en Lucilio, que tomó aquel gesto como un insulto personal. Y levantando el látigo, lo dirigió con rabia hacia los testículos del Maestro. Una de las puntas del flagrum tocó la piel del escroto y las otras dos cayeron sobre la bolsa testicular. Jesús reaccionó ante el lacerante golpe encogiéndose, al tiempo que sus pulsaciones se aceleraban y un gemido desgarrador se confundía con el último: ¡Cedo alteram! Inmediatamente, su pulso bajó a 90 y el Maestro, palideciendo, perdió el conocimiento. Civilis levantó su vara nuevamente, ordenando a los soldados que inspeccionaran al reo. Después, aproximándose al procurador, le pidió instrucciones. ¿Debía continuar el castigo? Y antes de que Poncio tomara una decisión, el brutal Lucilio insinuó al gobernador que, dada la situación del prisionero, lo mejor seria rematarle allí mismo. Pilato dirigió su mirada al cuerpo agarrotado y sanguinolento del rabí, dudando. Y el oficial que había ejecutado aquella última parte de la flagelación echó mano de su espada, convencido de que el buen sentido de Poncio se inclinaría por la solución que acababa de proponer. Pero el agua que había sido baldeada nuevamente sobre la cabeza y nuca del prisionero estimuló el precario estado de Jesús, que, lentamente, fue recobrando el sentido. Aquella progresiva recuperación del Nazareno inclinó a Pilato a seguir con su plan y antes de retirarse del patio porticado indicó a Civilis que atendiera al galileo, llevándole a su presencia en cuanto fuera posible. Eran las once de la mañana. Los legionarios soltaron las cuerdas y a duras penas apoyaron la espalda del prisionero contra la columna que había servido para la flagelación. Uno de los soldados se colocó en cuclillas por detrás del mojón, procurando sostener por los hombros el maltrecho cuerpo de Jesús. El gigante, con las piernas extendidas sobre el pavimento, respiraba aún con dificultades, acusando con esporádicos estremecimientos el sinfín de puntos dolorosos. Aquellos temblores fueron haciéndose cada vez más intensos y continuados y temí que la fiebre hubiera hecho presa en el Maestro. No me equivocaba... Otro legionario, siempre bajo la atenta vigilancia de Civilis, acercó un segundo cazo a los labios del rabí, obligándole a beber una nueva dosis de agua con sal. Algunas de las heridas habían empezado a coagular y muchos de los reguerillos comenzaron a secarse. Las brechas de los costados, sin embargo, seguían manando sangre, que caía a intervalos sobre las losas, impulsada por cada uno de los movimientos respiratorios, cada vez más cortos y rápidos. El centurión movió la cabeza en señal de desaprobación. No hacia falta ser médico para darse cuenta que el castigo habla sido tan desproporcionado como para temer por la vida del reo. Y antes de que fuera demasiado tarde, desconecté el sistema ultrasónico, pulsando el segundo clavo. Al activarlo, el minicomputador alojado en la «vara de Moisés» dio paso al flujo de rayos infrarrojos, dispuestos para los análisis de tele-termografía dinámica1. 1 La detección de la temperatura cutánea a distancia -base de nuestras experiencias de tele-termografía- se realizaron gracias a la propiedad de la piel humana, capaz de comportarse como un emisor natural de radiación infrarroja o «RI». Tal y como se sabe por la fórmula de la ley de Stephan-Boltzmann (W = E JT4), la emisión es proporcional a la temperatura cutánea, y debido a que T se halla elevada a la cuarta potencia, pequeñas variaciones en su valor provocan aumentos o disminuciones marcados en la emisión infrarroja. (W: energía emitida por unidad de superficie; E.: factor de emisión del cuerpo considerado; J: constante de Stephan-Boltzmann y T: temperatura absoluta.) En numerosas experiencias, iniciadas por Hardy en 1934, se habla podido comprobar que la piel humana se comporta como un emisor infrarrojo, similar al «cuerpo negro» y, en consecuencia, no emite radiación infrarroja reflejada del entorno. (Este espectro de radiación infrarroja emitido por la piel humana es amplio, con un pico máximo de intensidad fijado en 9,6 u.) Nuestro dispositivo de tele-termografía consistía, por tanto, en un aparato capaz de detectar a distancia mínimas intensidades de radiación infrarroja. Básicamente constaba de un sistema óptico que focalizaba la «RI» sobre un detector. Este se hallaba formado por sustancias semiconductoras (principalmente SbIn y Ge-Hg) capaces de emitir una mínima señal eléctrica cada vez que un fotón infrarrojo de un intervalo de longitudes de onda determinado incidía en su superficie. Y aunque el detector era de tipo «puntual» -capaz de detectar la «RI» procedente de un único punto geométrico-, Caballo de Troya habla logrado ampliar su radio de acción mediante un complejo sistema de barrido, formado por miniespejos rotatorios y oscilantes. La alta velocidad del barrido permitía analizar la totalidad del cuerpo de Jesús varias veces por segundo. Esto, a su vez