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Caballo de Troya J. J. Benítez Los golpes, cada vez más implacables, fueron humillando poco a poco el cuerpo del Maestro, que terminó por doblar las rodillas, mientras sus dedos, chorreando sangre, se crispaban por el dolor. A cada latigazo, Jesús había empezado a responder con un corto y apagado gemido. Una vez «traducidas» las ondas ultrasónicas a imágenes, el resultado de la flagelación apareció ante nosotros en todo su dramatismo. Los verdugos, consumados «especialistas», sabían muy bien qué zonas podían tocar y cuáles no. Desde un primer momento nos llamó la atención el hecho increíble de que ninguna de las costillas hubiera sido fracturada. La precisión de los latigazos, en cambio, había ido abriendo los costados de Jesús, hasta dejar al descubierto las bandas fibrosas o aponeurosis de los músculos serratos. El dolor al lastimar estas últimas protecciones de las costillas tuvo que alcanzar umbrales difíciles de imaginar. En opinión de los expertos de Caballo de Troya, superiores, incluso, a los 22 «JND»1. Por supuesto, amplias áreas de los músculos de la espalda -dorsales, infraespinosos y deltoides- aparecieron rasgadas y sembradas de hematomas que, al no reventar, tensaron extraordinariamente lo que le quedaba de piel, multiplicando la sensación de dolor. En aquel examen de los tejidos superficiales, los investigadores quedaron sobrecogidos al comprobar cómo los legionarios habían elegido las zonas más dolorosas, pero menos comprometidas, de cara a una posible parada cardíaca, que hubiera fulminado quizá al Nazareno. Eligieron principalmente las partes delanteras de los muslos, pectorales y zonas internas de los músculos, evitando corazón, hígado, páncreas, bazo y arterias principales, como las del cuello. Al cambiar la frecuencia de los ultrasonidos, pasando a 3,5MHZ, el análisis de los órganos internos puso de manifiesto, desde el primer momento, una considerable pérdida de sangre. La volemia de Jesús (o volumen total de sangre) fue fijado entre seis y seis litros y medio. Pues bien, después del durísimo castigo de la flagelació