Caballo de Troya
J. J. Benítez
Jesús, entretanto, permanecía tranquilo, de cara a la multitud. Aquellos minutos de espera y los que siguieron- fueron decisivos para Caifás. Aprovechando la momentánea ausencia del
procurador se las ingenió para que sus compañeros de complot se desparramaran entre los allí
congregados, incitándoles sin cesar a pedir la suelta del popular Barrabás. Era triste y
decepcionante observar a aquellas gentes, muchos de los cuales conocían y habían admirado
las palabras y valor del Galileo «limpiando», por ejemplo, la explanada de los Gentiles del
sacrílego comercio de los cambistas e intermediarios. En un instante y, sin el menor criterio
personal, se habían vuelto contra el indefenso Jesús.
Poncio retornó a su silla y observó al gentío. Había apoyado los codos en los brazos del
asiento, sosteniendo la cabeza sobre sus manos entrelazadas, en actitud reflexiva. Como
medida de precaución, Civilis había dado la orden de que la puerta de la muralla fuera cerrada,
desplegando varias unidades armadas en torno a la muchedumbre. Fue una lástima que los
judíos no se percataran a tiempo de esta maniobra de los romanos. Conociendo como conocían
la crueldad de Pilato, quizá al observar cómo eran sigilosamente cercados se hubieran
preocupado más