Caballo de Troya
J. J. Benítez
El tono del procurador era sincero. Esa, al menos, fue mi impresión. Y el Maestro esbozó una
débil sonrisa. Al hacerlo, una de las grietas del labio inferior volvió a abrirse y un finísimo
reguerillo de sangre se precipitó entre los pelos de la barba.
-Pilato -repuso el rabí-, ¿haces esa pregunta por ti mismo o la has recogido de los
acusadores?
El procurador abrió sus ojos indignado.
-¿Es que soy un judío? Tu propio pueblo te ha entregado y los principales sacerdotes me han
pedido tu pena de muerte...
Poncio trató de recobrar la calma y mostrando sus dientes de oro añadió:
-Dudo de la validez de estas acusaciones y sólo trato de descubrir por mí mismo qué es lo
que has hecho. Por eso te preguntaré por segunda vez: ¿has dicho que eres el rey de los judíos
y que intentas formar un nuevo reino?
El Galileo no se demoró en su respuesta:
-¿No ves que mi reino no está en este mundo? Si así fuera, mis discípulos hubieran luchado
para que no me entregaran a los judíos. Mi presencia aquí, ante ti y atado, demuestra a todos
los hombres que mi reino es una dominación espiritual: la de la confraternidad de los hombres
que, por amor y fe, han pasado a ser hijos de Dios. Este ofrecimiento es igual para gentiles que
para judíos.
Pilato se levantó y golpeando la mesa con la palma de su mano, exclamó sin poder reprimir
su sorpresa:
-iPor consiguiente, tú eres rey!
-Sí -contestó el prisionero, mirando cara a cara al procurador-, soy un rey de este género y
mi reino es la familia de los que creen en mi Padre que está en los cielos. He nacido para
revelar a mi Padre a todos los hombres y testimoniar la verdad de Dios. Y ahora mismo declaro
que el amante de la verdad me oye.
El procurador dio un pequeño rodeo en torno a la mesa y. situándose entre Juan y el
prisionero, comentó para sí mismo:
-¡La Verdad!... ¿Qué es la Verdad?... ¿Quién la conoce?...
Y antes de que Jesús llegara a responder, hizo una señal a Civilis, dando por concluido el
interrogatorio.
Los oficiales obligaron al rabí a incorporarse y Poncio abrió la puerta, ordenando a sus
hombres que llevaran al Nazareno a la presencia de Caifás. Cuando avanzábamos nuevamente
por el corredor, Pilato se situó a mi altura, haciendo un solo pero elocuente comentario:
-Este hombre es un estoico. Conozco sus enseñanzas y sé lo que predican: «el hombre sabio
es siempre un rey».
Después de aquel razonamiento, deduje que el romano estaba dispuesto a liberar a Jesús. Al
presentarse por segunda vez ante los judíos, su actitud me confirmó aquel presentimiento.
Poco antes de las nueve de la mañana, Poncio se asomaba a la terraza y, adoptando un tono
autoritario, sentenció:
-He interrogado a este hombre y no veo culpabilidad alguna. No le considero culpable de las
acusaciones formuladas contra él. Por esta causa, pienso que debe ser puesto en libertad.
Caifás y los saduceos quedaron desconcertados. Pero, al instante, reaccionaron, gritando y
haciendo mil aspavientos. Civilis interrogó a Poncio con la mirada, al tiempo que echaba mano
de su espada. Pero el procurador volvió a, pedirle calma. Uno de los oficiales regresó
precipitadamente al interior del pretorio, posiblemente en busca de refuerzos.
Muy alterado, uno de los sanedritas se destacó del grupo y ascendiendo tres o cuatro
escalones, increpó a Pilato con las siguientes frases:
-¡Este hombre incita al pueblo!... Empezó por Galilea y ha continuado hasta Judea. Es autor
de desórdenes y un malhechor. Si dejas libre a este hombre lo lamentarás mucho tiempo...
Sin pretenderlo, aquel saduceo acababa de proporcionar a Pilato un motivo para esquivar el
desagradable tema, al menos temporalmente. El procurador se acercó entonces a su centuriónjefe, comunicándole:
-Este hombre es un galileo. Condúzcanle inmediatamente ante Herodes...
Civilis se dispuso a cumplir la voluntad de Poncio y, cuando se dirigía hacia el legionario
encargado de la custodia del Maestro, Pilato se volvió desde lo alto de la plataforma,
añadiendo:
-¡Ah!, y en cuanto le haya interrogado, traedm R7W26