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Caballo de Troya J. J. Benítez desenvainado sus espadas en el momento de la captura de Jesús y cómo el Maestro les había invitado a que guardaran las armas. Los ánimos, al parecer, fueron apaciguándose. Después intervinieron también Felipe y Mateo y por último Tomás, que insistió con su característico sentido práctico, en la necesidad de «no exponerse a peligros mortales», tal y como Jesús había sugerido a su amigo Lázaro. Los razonamientos de Tomás -rogando a los discípulos, que se dispersasen en espera de nuevos acontecimientos- terminaron por doblegar el ansia de lucha de los seguidores del Cristo y los discípulos desaparecieron definitivamente. Hacia las dos y media o tres menos cuarto de esa madrugada, el huerto quedó desierto. Sólo David Zebedeo y un reducido grupo de mensajeros continuaron en el campamento, preparándose para una misión que, como ya insinué, resultaría vital. El intrépido discípulo supo organizarse de tal forma que, bien a través de Juan Zebedeo, de José de Arimatea y de otros «agentes», pudo disponer de una notable y precisa información sobre el discurrir de los acontecimientos. Cada hora, aproximadamente, u