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Caballo de Troya J. J. Benítez Acto seguido, Caifás se puso a la cabeza de los levitas y siervos, ordenando que extremaran el cerco en torno al blasfemo mientras se dirigían al cuartel general romano. Anás y la mayor parte de los jueces se despidieron de Caifás, regresando al interior de la estancia donde se había celebrado aquella primera parte del proceso. Judas Iscariote, que no había cruzado una sola palabra con nosotros, se unió también a la comitiva. El sumo sacerdote en funciones, la media docena de saduceos y el pelotón que rodeaba al Maestro, se adentraron en las calles de la ciudad alta, en dirección a la Puerta de los Peces. Al cruzar frente a los bazares, las gentes se levantaban, saludando reverencialmente al sumo sacerdote. En mi opinión, ninguno de los asombrados testigos llegó a reconocer a Jesús. Los hematomas de sus ojos, nariz y pómulo derecho habían deformado su rostro hasta hacerle casi irreconocible. Mientras marchábamos a toda prisa hacia la fortaleza reparé de nuevo en los dos rollos que portaba Caifás. ¿Qué podían contener? ¿Se trataría de la sentencia que debía mostrar a Poncio Pilato? En mi mente giraba sin cesar aquel anuncio del tribunal, prometiendo una segunda parte en el proceso. Si mis informaciones eran correctas, Jesús no volvería a pisar el Sanedrín. ¿Qué iba a suceder entonces? Aunque, bien mirado, y ante el récord de irregularidades que se había alcanzado en aquel «simulacro» de juicio, ¿qué podía esperarse de una segunda y supuesta vista? Haciendo un somero estudio del referido juicio, los sanedritas habían infringido, al menos, doce de las normas básicas que marcaban las leyes hebreas para procesos relacionados con la pena capital. Veamos algunas de las más irritantes: 1.ª Para empezar, y según la Misná (Orden Cuarto, Sanedrín), los procesos llamados de pena capital debían abrirse alegando la inocencia del reo y no su culpabilidad. 2.ª Los procesos de sangre -o donde se presume que puede estar en juego la vida del acusadodebían celebrarse de día y la sentencia, si era condenatoria, jamás podía pronunciarse durante la misma jornada. «Por eso -dice la ley judía- no puede realizarse un proceso de sangre en la vigilia del sábado de un día festivo»1. El «pequeño Sanedrín», al reunirse, por tanto, el viernes, 7 de abril, víspera del sábado y de la Pascua, cometió un doble delito. 3.ª En estos procesos capitales, el juicio debía ser abierto siempre por uno de los jueces que se sentaba al lado del más anciano, «a fin de que los jueces de menor autoridad no fuesen influenciados por los ancianos» (en el juicio contra el Maestro fueron los falsos testigos los que iniciaron la causa). 4.ª Y hablando de los falsos testigos, sólo la actuación de este grupo habría invalidado ya cualquier otra vista similar. La ley judía era y es sumamente rigurosa en este sentido. Antes de iniciarse el proceso, los testigos debían ser amonestados severamente: Se les introducía en el interior de un recinto -dice la Misná- y se les infundía temor, diciéndoles: que no hablaran por mera suposición, por oídas, por la de