Caballo de Troya
J. J. Benítez
las leyes mosaicas que -según ellos- habían cometido Jesús y su «grupo de desarrapados
galileos». Los perjuros, a todas luces comprados de forma precipitada por el Sanedrín, se
contradecían incesantemente, convirtiendo la sesión en una farsa. El desfile de falsos testigos
llegó a ser tan lamentable que algunos de los jueces, avergonzados, bajaban la cabeza o se
revolvían nerviosos y violentos en sus asientos.
El Maestro, que en esta ocasión sí había levantado su rostro, permanecía impasible,
sobresaliendo sobre sus acusadores, no sólo por su talla sino, sobre todo, por su porte
majestuoso. Aquel talante sereno, sin la más débil sombra de orgullo o engreimiento, exasperó
aún más a Caifás y a sus cómplices, que no entendían cómo un hombre podía guardar
semejante calma cuando todo apuntaba hacia una posible sentencia de muerte.
-Este profanador del sábado -afirmó uno de los testigos- es reincidente, ya que consta que
fue amonestado por los sacerdotes en varias ocasiones. Por tanto, es reo de exterminio...
(De acuerdo con la Misná -capítulo «Sanedrín-Makkot»- el que profanaba el sábado con
premeditación y de forma reincidente debía ser muerto por lapidación.)
Otro de los falsos testigos tomó la palabra y señalando al Galileo recordó a la sala la
multiplicación de los panes y peces.
-… De acuerdo con nuestra leyes -aseguró-, este hombre es un mago que engaña al pueblo
con sus actos. Aquiba dice en nombre de Yehosúa: «Si dos reúnen pepinos sirviéndose de la
magia, uno de los colectores no es culpable y el otra sí. El que realiza el acto es culpable y el
que sólo engaña la vista no es culpable.» Muchos pudimos ver entonces cómo este enviado del
Príncipe de los demonios llevaba a cabo el acto y sus discípulos le secundaban...
Un murmullo de aprobación se extendió entre los jueces. Pero el Maestro seguía mudo.
-Según el Levítico -argumentó otro de los hebreos-, el reo adquirió impureza por contacto
con cadáveres. Y, por si no fuera culpa suficiente, se atrevió a violar la sagrada creencia de la
resurrección de los muertos, sacando de la tumba a Lázaro...
Algunos de los saduceos, cuya filosofía rechazaba de plano la resurrección de los muertos,
movieron la cabeza negativamente, sonriendo sin disimulo. Caifás, que pertenecía a esta casta,
pasó por alto la impertinencia de los saduceos. No era aquél el momento de entrar en
polémicas con los fariseos, que habían fruncido el ceño con claro disgusto por las irónicas y
silenciosas manifestaciones del resto del tribunal. La momentánea tensión entre los jueces se
vio disipada cuando aquel testigo desvió su acusación hacia el nuevo «hecho mágico» de haber
levantado a Lázaro del sepulcro en un tiempo «inferior al toque del sofar». (Aquel dato me hizo
pensar que, puesto que cada uno de estos toques de cuerno de los levitas del templo nunca se
prolongaba más allá de los 15 segundos, la resurrección de Lázaro -desde que Jesús le llamó
hasta que aquél volvió a la vida- pudo suceder en un tiempo de 12 a 15 segundos.
La acusación, como casi todas, resultaba tan pueril y falta de base que el sumo sacerdote cada vez más descompuesto- apremió a los siguientes testigos para que continuaran. Pero las
siguientes alegaciones no fueron más brillantes...
Varios de los judíos, acompañando sus pala '&26