Caballo de Troya
J. J. Benítez
»Aquel nuevo silencio exasperó aún más al ex sumo sacerdote. Y golpeando los brazos de la
silla, le gritó a Jesús:
»-¿No estimas que soy muy bondadoso contigo...? ¿No te das cuenta de cuál es mi poder?
Yo puedo determinar el resultado final de tu próximo juicio...
«Jesús, por primera vez, habló y, dirigiéndose a Anás, le dijo:
»-Ya sabes que jamás podrás tener poder sobre mi sin permiso de mi Padre. Algunos
querrían matar al Hijo del Hombre porque son unos ignorantes y no saben hacer otra cosa. Pero
tú, amigo, sí tienes idea de lo que haces. Entonces, ¿cómo puedo rechazar la luz de Dios?
»La inesperada amabilidad del Maestro para con aquella serpiente derrotó a Anás y me
desconcertó.
»Y el viejo se puso a cavilar buscando, supongo -interpretó Juan-, alguna nueva
maquinación para perder a Jesús.
»Al rato le preguntó de nuevo:
»-¿Qué intentas enseñar al pueblo? ¿Quién pretendes ser?
»El Maestro no eludió ninguna de las cuestiones. Y se dirigió a Anás con gran firmeza:
»-Muy bien sabes que he hablado claramente al mundo. He enseñado en las sinagogas
muchas veces y también en el templo, donde judíos y gentiles me han escuchado. No he dicho
nada en secreto. ¿Cuál es entonces la razón por la que me interrogas sobre mis enseñanzas?
¿Por qué no convocas a mis oyentes y te informas por ellos? Todo Jerusalén me ha oído. Y tú
también, aunque no hayas entendido mis enseñanzas.
»Antes de que Anás pudiera responderle, uno de los siervos de la casa se volvió hacia el
Maestro y le abofeteó violentamente, diciéndole:
»-¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?
»¡Ah, Jasón!, ¡cómo me ardía la sangre...!
Cuando me interesé por la reacción de Jesús, Juan se encogió de hombros y señalando al
Maestro, que caminaba a escasos metros por delante nuestro, comentó:
-No vi sombra alguna de odio o resentimiento en sus ojos. Simplemente, se puso frente al
lameculos de los betusianos y con la misma transparencia y docilidad con que se había dirigido
a Anás le manifestó.
»-Amigo mío, si he hablado mal, testifica contra mi. Pero, si es verdad, ¿por qué me
maltratas?
Pregunté entonces al discípulo si aquella bofetada había ocasionado alguna hemorragia nasal
a Jesús. Juan lo negó. Evidentemente, cuando vi aparecer al Galileo en la puerta del caserón de
Anás, su rostro no presentaba señales de violencia. Al menos, yo no llegué a distinguirlas.
Hacía un buen rato que venía observando cómo Pedro nos seguía a corta distancia. Pero, al
aproximarnos al arco de Robinson, y en una de las ocasiones en que giré la cabeza para
comprobar si el solitario y desdichado Simón continuaba allí, le vi sentarse al pie de la muralla
meridional que separaba los dos grandes barrios de Jerusalén. Por su forma de dejarse caer
sobre los adoquines y de cogerse la cabeza entre las manos intuí que el apóstol se había dado
por vencido. Su derrota en aquellas horas era total. De no haber conocido el final de aquellos
sucesos, no hubiera puesto mi mano en el fuego respecto a su suerte...
Desgraciadamente, ya no volvería a verle.
Juan, que en esos momentos no estaba al corriente de las negaciones de su amigo, finalizó
así su relato:
-Anás hizo un gesto de desaprobación por el brutal golpe de su siervo al Maestro, pero su
orgullo es tal que no le hizo ninguna observación. Se limitó a levantarse de su asiento y salió de
la estancia. No le volvimos a ver hasta pasadas dos horas...
-¿Jesús te dijo algo en ese tiempo?
-No -respondió Juan-. El Maestro, los sirvientes, el soldado y yo continuamos allí, sin
movernos y en silencio. Al cabo de este tiempo, Anás regresó a la sala y aproximándose a Jesús
reanudó el interrogatorio:
»-¿Te consideras el Mesías, libertador de Israel?
»Jesús levantó nuevamente el rostro y con idéntica calma le dijo:
»-Anás, me conoces desde mi juventud y sabes que no pretendo ser nada más y nada
menos que el delegado de mi Padre. He sido enviado para todos los hombres: tanto gentiles
como judíos.
«Pero el ex sumo sacerdote no quedó satisfecho y repitió la pregunta:
226