Caballo de Troya
J. J. Benítez
»No obstante, el oficial en jefe de la legión les ordenó que esperasen, mientras acudía a la
residencia del procurador.
»Total, que entre unas cosas y otras, el Sanedrín perdió una hora.
»Pilato se había retirado a dormir y, en un primer momento, no quiso saber nada del tema.
Pero los enviados de Caifás no cesaron en su empeño, obligando a Civilis a entrevistarse por
segunda vez con Poncio, anunciándole que en el referido campamento se había descubierto un
considerable arsenal de armas y que, si lograban capturar al «jefe» -a Jesús de Nazaret- el
procurador se apuntaría un importante triunfo, de cara al César.
»Al final, y quizá para quitarse de encima a los odiosos sacerdotes, Pilato dio la autorización
y el centurión de guardia encomendó el mando de un pelotón de 30 o 40 legionarios -no sabría
precisarte el número exacto- a su optio: un tal Arsenius. Y de esta forma, con grandes prisas,
aquella tropa salió de Jerusalén, guiada por Judas. El resto ya lo conoces...
Sí, lo conocía, pero varios detalles seguían sin explicación. Por ejemplo: ¿por qué el Iscariote
se despegó del pelotón? Lo lógico es que, si debía conducir a los soldados y a los levitas y
sirvientes del Templo hasta la finca de Getsemaní y revelar a la turba la identidad del rabí, no
se hubiese separado en ningún momento de sus secuaces. Además, si la intención del suboficial
romano era capturar a un supuesto «jefe zelota» y a su grupo, ¿por qué Arsenius se contentó
con prender a Jesús de Nazaret? ¿Por qué no asaltó el campamento?
(Como dije, en la mañana del sábado siguiente quedaría despejada la primera de las
incógnitas. En cuanto a la segunda, el propio procurador me daría una explicación en mi
próxima visita a la Torre Antonia.)
José, naturalmente, no puso aclararme estas dudas. Ni él ni Ismael se habían atrevido a
unirse al pelotón que salió del Templo minutos después de la doce y media de la noche por la
puerta Dorada. En cuanto a mi pregunta de por qué el Maestro había sido traído a la casa de
Anás, en lugar de ser trasladado de inmediato ante la presencia de Caifás, el de Arimatea evidentemente cansado- comentó:
-Feliz tú, Jasón, que no tienes que vivir las constantes intrigas de estos hombres impuros...
No lo sé con certeza, pero tengo entendido que Anás y su yerno están de acuerdo para retener
al Maestro en este lugar hasta que Caifás consiga reunir a un máximo de sacerdotes adictos. De
esta forma, el juicio será implacable. La ley señala, además, que el Consejo del Sanedrín no
puede reunirse antes de la primera ofrenda.
-¿Y a qué hora tiene lugar ese primer sacrificio?
-A las tres de la madrugada. Como ves, aún tenemos tiempo. Quizá se obre el milagro que
tanto deseamos...
Y José concluyó su detallada exposición, afirmando que aquel reptil llamado Caifás, con el fin
de no levantar sospechas -ni siquiera entre sus propios hombres y servidores-, había ordenado
a dos de sus confidentes que pagaran espléndidamente al optio romano para que, en contra
incluso de la opinión del jefe de los policías del templo, condujera a Jesús de Nazaret al
palacete de su suegro, Anás.
El de Arimatea se despidió, indicándome que tenía intención de entrar en la residencia del ex
sumo sacerdote y hacer cuanto estuviera en su mano -incluso sobornar al viejo Anás- para que
Jesús fuera puesto en libertad. Al verlo desaparecer en el interior de la casa no pude reprimir
un sentimiento de tristeza por aquel leal seguidor del Maestro. Estaba en su derecho de alentar
la esperanza. Lo que él no podía saber es que esa esperanza había muerto mucho antes: en el
huerto de Getsemaní...
Semioculto en la oscuridad del patio informé a Eliseo del curso de los acontecimientos,
rogándole que me avisase poco antes del alba. En aquellos instantes eran las tres de la
madrugada.
Volví al fuego. Pedro, encerrado en sus pensamientos, ni siquiera había advertido la llegada
de José de Arimatea. Se había sentado detrás de los levitas, cubriendo su calvicie con el manto.
Supongo que aquel gesto poco tenía que ver con el frío reinante y sí con su ardiente deseo de
que