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Caballo de Troya J. J. Benítez Jesús levantó entonces su brazo hacia Pedro y con gran severidad recriminó su acción: -¡Pedro, envaina tu espada...! Quienquiera que desenvaine la espada, morirá por la espada. ¿No comprendéis que es voluntad de mi Padre que beba esta copa? ¿No sabéis que ahora mismo podría mandar a docenas de legiones de ángeles y sus compañeros me librarían de las manos de los hombres? Los discípulos -y especialmente Pedro- quedaron aturdidos. No entendían las palabras del Maestro y, mucho menos, su docilidad ante aquellos enemigos. Malco seguía retorciéndose y aullando de dolor cuando Jesús se inclinó sobre él. Con una gran firmeza retiró la mano del sirio del ensangrentado oído, colocando la palma de 7RF