Caballo de Troya
J. J. Benítez
Simón, el Zelotes, más nervioso que el resto, encabezó un grupo y acudiendo hasta Andrés,
comenzó a acosarle a preguntas. El responsable del grupo, que en realidad carecía de
información, se limitó a contestar:
-No sé dónde está Judas... Pero temo que nos haya abandonado.
El desaliento cundió rápidamente. Y Pedro, el Zelotes, Tomás y Santiago, entre otros, se
reunieron en la tienda, con la intención de examinar la situación y adoptar las medidas de
seguridad que creyeran oportunas.
En eso, el joven Marcos apareció en el recinto. Se cubría con una sábana blanca y, al verme,
corrió a mi encuentro, rogándome que no le delatara.
Cuando le pregunté por qué, me confesó que se había escapado de su casa. Al oír cómo
Jesús y los once abandonaban la mansión, se levantó del lecho, cubriéndose a toda prisa con lo
primero que encontró: el lienzo de lino que le cobijaba. Y así había llegado hasta el
campamento. La fidelidad de aquel muchacho por el Galileo me llenó de admiración.
Es muy posible que el Maestro se diera cuenta enseguida del tenso ambiente que reinaba
entre sus hombres, y llamándoles, les dijo:
-Amigos y hermanos. No me queda mucho tiempo para estar entre vosotros. Desearía que
nos aisláramos con el fin de pedirle a nuestro Padre Celestial la fuerza necesaria en esta hora y
seguir así la obra que, en su nombre, debemos realizar.
Los discípulos y los griegos le siguieron entonces ladera arriba, hasta una plataforma rocosa,
en plena cima del Olivete. Una vez allí, pidió que nos arrodilláramos a su alrededor. Yo continué
de pie, al tiempo que filmaba aquella impresionante escena. El gigante, bañado por la luz de la
luna, levantó los ojos hacia las estrellas y con su voz de trueno exclamó:
-¡Padre, ha llegado mi hora!... Glorifica a tu Hijo para que el Hijo pueda glorificarte. Sé que
me has dado plena autoridad sobre todas las criaturas vivientes de mi reino y daré la vida
eterna a todos aquellos que, por la fe, sean hijos de Dios. La vida eterna es que mis criaturas te
reconozcan como el único y verdadero Dios y Padre de todos. Que crean en Aquel a quien has
enviado a este mundo. Padre, te he exaltado en esta tierra y cumplido la obra que me
encomendaste. Casi he terminado mi efusión sobre los hijos de nuestra propia creación.
Solamente me resta sacrificar mi vida carnal.
»Ahora, Padre, glorifícame con la gloria que tenía antes de que este mundo existiera y
recíbeme una vez más a tu derecha.
Jesús hizo una breve pausa, mientras sus cabellos comenzaron a agitarse por una brisa cada
vez más intensa.
Te he puesto de manifiesto ante los hombres que has escogido en el mundo y que me has
dado -prosiguió-. Son tuyos, como toda la vida entre tus manos. He vivido con ellos
enseñándoles las normas de la vida, y ellos han creído. Estos hombres saben que todo lo que
tengo proviene de ti y que la encarnación de mi vida está destinada a dar a conocer a mi Padre
en el mundo. Les he revelado la verdad que me has dado y ellos -mis amigos y mis
embajadores- han querido sinceramente recibir tu palabra. Les he dicho que soy descendiente
tuyo, que me has enviado a esta tierra y que estoy dispuesto a volver hacia ti... Padre, ruego
por todos estos hombres escogidos. Ruego por ellos, no como lo haría por el mundo, sino como
hombres a los que he elegido para representarme después que haya vuelto junto a ti. Estos
hombres son míos. Tú me los has dado.
»No puedo permanecer más tiempo en este mundo. Voy a volver a la obra que m has
encargado. Es preciso que deje a estos compañeros tras de mí para que nos representen y
representen nuestro reino entre los hombres. Padre, preserva su fidelidad mientras me preparo
para abandonar esta vida encarnada. Ayúdales a estar unidos en espíritu como tú y yo lo
estamos. Son mis amigos.
«Durante mi estancia entre ellos podía velar y guiarles, pero ahora voy a partir. Padre,
permanece junto a ellos hasta que podamos enviar un nuevo instructor que les consuele y
reconforte. Me has dado a doce hombres y he guardado a todos menos a uno, que no ha
querido mantener su comunión con nosotros. Estos hombres son débiles y frágiles, pero sé que
puedo contar con ellos. Los he probado y sé que me quieren. Pese a que tengan que padecer
mucho por mi culpa, deseo que estén ilusionados.
«El mundo puede odiarles como me ha odiado a mí. Pero no pido que les retires del mundo;
solamente que les libres del mal que existe en este mundo. Santifícales en la verdad. Tu
palabra es la verdad. Lo mismo que me has enviado a este mundo, así voy a enviarles a ellos
196