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Caballo de Troya J. J. Benítez quizá en busca de alguno de los víveres para la cena. Otros creyeron que el Maestro le había encomendado algún encargo...» Los pensamientos de los discípulos eran correctos, ya que ninguno disponía de información veraz sobre el complot. Por otra parte, con la excepción de David Zebedeo -que no había asistido al convite pascual-, ni Andrés ni el resto sabía aún que el Iscariote había cesado como administrador y que el dinero común estaba desde esa misma tarde en poder del jefe de los emisarios. Y Andrés continuó con su relato, haciendo hincapié en un hecho, acaecido nada más entrar en el piso superior de la casa de los Marcos, que -desde mi punto de vista- aclaraba perfectamente por qué el Nazareno se decidió a lavar los pies de sus discípulos. Los evangelistas habían ofrecido una versión acertada: Jesús llevó a cabo este gesto, poniendo de manifiesto la honrosísima virtud de la humildad. Sin embargo, ¿cuál había sido la «chispa» o la causa final que obligó al Maestro a. poner en marcha el citado lavatorio de los pies? ¿Es que todo aquello se debía a una simple y pura iniciativa de Jesús? Sí y no... Al visitar la estancia donde iba a celebrarse la cena pascual, yo había reparado en los lavabos, jofainas y «toallas», dispuestos para las obligadas abluciones de pies y manos. La costumbre judía señalaba que, antes de sentarse a la mesa, los comensales debían ser aseados por los sirvientes o por los propios anfitriones. Esa, repito, era la tradición. Sin embargo, las órdenes del Maestro habían sido tajantes: no habría servidumbre en el piso superior. Y la prueba es que -según pude comprobar-, los gemelos descendieron en una ocasión con el fin de recoger el cordero asado. Pues bien, ahí surgió la polémica entre los doce... -Cuando entramos en el cenáculo -continuó Andrés-, todos nos dimos cuenta de la presencia de las jofainas y del agua para el lavado de los pies y manos. Pero, si el rabí había ordenado que no hubiera sirvientes en la est