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Caballo de Troya J. J. Benítez Sin preguntar ni hacer el menor comentario, el muchacho -que había captado mi preocupación- salió calle abajo, en dirección a la piscina de Sibé. Por mi parte, procurando que el Iscariote no advirtiera mi presencia, inicié una tenaz persecución del traidor. A aquellas horas de la noche, el número de transeúntes había decrecido sensiblemente. A duras penas, ayudado más por la luz de la luna que por los míseros y mortecinos candiles de aceite de las calles, pude seguir los presurosos andares del judío hasta una casucha de una planta, en los límites casi del barrio bajo con la ciudad alta. Allí, Judas penetró en la casa, saliendo a los pocos minutos en compañía de otro individuo. Y ambos se dirigieron entonces hacia el muro occidental del Templo. Cuando alcancé el atrio de los Gentiles, vi cómo el Iscariote y su acompañante 6R