Caballo de Troya
J. J. Benítez
poner diestramente la levadura de la nueva Verdad en medio. de las viejas creencias. Y dejad
que el Espíritu haga su propio trabajo. Dejad que venga la controversia, sólo cuando aquellos
que os desprecian os fuercen a ella. Pero, cuando los no creyentes os ataquen
intencionadamente, no dudéis en manteneros en una vigorosa defensa de la Verdad que os ha
salvado y santificado.
»Recordad siempre amaros el uno al otro. No luchéis con los hombres, ni siquiera con los no
creyentes. Mostrad misericordia, incluso, con los que, despreciativamente, abusen de vosotros.
Mostraros ciudadanos leales, honrados artesanos, vecinos merecedores de alabanza, parientes
devotos, padres comprensivos y sinceros creyentes en la hermandad del reino del Espíritu. Y yo
os aseguro que mi espíritu estará sobre vosotros ahora y siempre, hasta el final del mundo...
Entre las horas sexta y nona (en nuestro sistema horario actual podrían ser las 13 horas),
Jesús dio por finalizada su alocución. Y fueron los griegos que asistían a la reunión los que más
preguntas formularon. Desde mi punto de vista, aquellos gentiles habían asimilado mejor que
los propios apóstoles las intenciones y enseñanzas del Maestro. Los once casi no abrieron la
boca. Y si debo juzgar por sus comentarios mientras descendíamos hacia el campamento, no
terminaban de entender qué relación podía existir entre sus martirios, persecuciones y muerte anunciadas por el rabí- y la inevitable propagación del evangelio por todo el mundo.
Persuadidos como estaban, con la excepción del joven Juan, de que aquel «reino» del que
hablaba Jesús tenía mucho que ver con un sistema político que liberase a Israel de la
dominación extranjera, tampoco acertaban a comprender que la difusión de la «Verdad»
pudiera llevarse a efecto «sin la promulgación de leyes seculares», como había pedido el
Maestro.
Sus mentes, una vez más, habían naufragado en un sinfín de especulaciones y dudas. Para
la mayoría, las últimas frases del rabí, sobre la destrucción que buscaban los dirigentes judíos,
fueron interpretadas como una gran tragedia que estaba a punto de asolar el mundo. Y aunque
conocían la orden concretísima del Sanedrín de dar caza a Jesús, su fe en los poderes del
Galileo era tal que se resistían a admitir que los sacerdotes pudieran tocarle siquiera. «En otras
oportunidades -se decían unos a otros en un simple afán de tranquilizarse-, el Maestro les ha
burlado. ¿Por qué no iba a hacerlo ahora...? Es casi seguro que esa "destrucción" a la que se
refiere Jesús tiene que ver con un cataclismo o con el fin del mundo...»
Estas impresiones de los discípulos se vieron alimentadas por la actitud personal de Jesús en
aquella mañana. Salvo en el breve parlamento con José de Arimatea, el Nazareno había
demostrado un humor excelente... «Si el Maestro temiera por su seguridad -argumentaban en
buena lógica- no adoptaría una postura tan alegre e inconsciente...»
(Deseo insistir en este momento de mi relato en una circunstancia a la que ya he hecho
alusión pero que, dada su importancia, estimo que debe ser considerada nuevamente. Aquel
discurso de Jesús de Nazaret había tenido una duración aproximada de algo más de dos horas.
Yo he referido únicamente los pasajes que he considerado más interesantes. Pues bien, tal y
como se refleja en el Nuevo Testamento, ninguno de los evangelistas llegó a recogerlo con un
mínimo de rigor y amplitud. A lo sumo, en los textos evangélicos aparecen algunas frases o
sentencias, perdidas aquí y allá y desvinculadas de lo que era en realidad todo un contexto
uniforme y perfectamente estructurado. Para mí, estas graves deficiencias -repetidas, como
digo, en otros capítulos- no son la consecuencia de una acción negligente por parte de los
escritores sagrados. La única razón por la que los Evangelios Canónicos no se hacen eco de
estas enseñanzas está en una realidad mucho más sencilla pero, no por ello, menos
lamentable: desde mi personal punto de vista, cuando los evangelistas trataron de poner por
escrito la vida, obras y parlamentos de Jesús había pasado el tiempo suficiente como para que
la inmensa mayoría de sus enseñanzas no pudieran ser recordadas textualmente. De no ser por
mi sistema de filmación-grabación, yo tampoco hubiera sido capaz de memorizar todo lo que
llevaba oído. Y debo insistir en algo que no puedo terminar de comprender: ¿por qué ninguno
de aquellos discípulos se preocupó de ir tomando notas de cuanto veía y escuchaba? De esta
forma tan elemental, hoy hubiéramos dispuesto de una visión mucho más amplia y acertada de
lo que dijo e hizo el Maestro de Galilea.)
Para mi, a nivel personal, algunas de las afirmaciones de Jesús en aquella inolvidable
mañana en la cima del Olivete han revestido una gran importancia. Por ejemplo, jamás he
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