Caballo de Troya
J. J. Benítez
engañéis. Correréis grave peligro cuando, en los tiempos posteriores, la mayoría de los
hombres hablen bien de los creyentes en el reino y muchos, incluso, ocupando altos cargos,
acepten el evangelio. Aprended a ser leales al reino, incluso en tiempos de paz y prosperidad.
No tentéis a los ángeles que os vigilan. No les tentéis a llevaros por caminos sembrados de
dificultades, como amante disciplina, cuando os dejéis arrastrar por la molicie y la vanagloria.
Recordad que estáis encargados de predicar este evangelio cl supremo deseo de hacer la
voluntad del Padre, junto con la alegría suprema de la realización de la fe de ser hijos de Diosy no debéis dejar que nada desvíe vuestra atención. Haced que toda la humanidad se beneficie
del desbordamiento de vuestro amante ministerio espiritual, iluminando la comunión intelectual
e inspirando el servicio social. Pero ninguna de estas humanitarias labores deben ocupar el
verdadero objetivo de vuestros corazones: proclamar el evangelio.
»No debéis buscar la promulgación de la Verdad, ni establecer la honradez, por medio del
poder de los gobiernos civiles ni tampoco por la promulgación de leyes seculares.
»Podéis trabajar para persuadir a las mentes humanas, pero nunca -nunca- debéis atreveros
a imponeros. No olvidéis la gran ley de la justicia humana que os he enseñado: lo que deseéis
que otros os hagan, hacédselo vosotros a ellos...
«Cuando un creyente sea llamado a servir al gobierno terrenal, dejad que rinda ese servicio
como ciudadano temporal de dicho gobierno, aunque tenga que mostrar todos los rasgos y
señales ordinarios en la ciudadanía. Éstos han sido realzados por la ilustración espiritual de la
ennoblecedora asociación de la mente del hombre mortal con el espíritu divino que habita en él.
Si el no creyente llega a cualificarse como un sirviente civil superior, debéis preguntaros
seriamente si las raíces de la Verdad de vuestro corazón no han muerto por falta de las aguas
vivientes de la comunión espiritual con el servicio social. La conciencia de ser hijos de Dios debe
acelerar toda la vida de servicio a vuestros semejantes.
«No debéis ser místicos pasivos o desvaídos ascetas. No debéis volveros soñadores o
veletas, cayendo en el cómodo letargo de creer que una ficticia Providencia os va a proveer,
incluso, de lo necesario para vivir.
»En verdad, debéis ser suaves en vuestros tratos con los mortales que se equivocan. Y
pacientes en vuestras conversaciones con los hombres ignorantes. Y contenidos ante la
provocación... Pero también debéis ser valientes a la hora de defender la honradez y fuertes en
la promulgación de la verdad y hasta audaces para predicar este evangelio del reino. Y deberéis
llegar hasta los confines del mundo...
»Este evangelio es una Verdad viviente. Os he dicho que es como la levadura en el pan y
como el grano de mostaza. Y ahora os declaro que es como la semilla del ser viviente que, de
generación en generación, mientras siga siendo la misma semilla viviente, se despliega
indefectiblemente en nuevas manifestaciones y crece de forma aceptable, adaptándose a las
necesidades peculiares y condiciones de cada generación. La revelación que os he hecho es una
revelación viva...
El Galileo recalcó estas dos últimas palabras con una fuerza indescriptible.
-… Una revelación viva -dijo-, y es mi deseo que lleve frutos apropiados a cada individuo y a
cada generación, de acuerdo con las leyes del crecimiento espiritual. Es mi deseo que se
incremente y que tenga un desarrollo. De generación en generación, este evangelio debe
mostrar vitalidad creciente y mayor hondura de poder espiritual. No se debe permitir que llegue
a ser un simple recuerdo sagrado, una mera tradición sobre mí o sobre los tiempos en los que
ahora vivimos...
Aquella mirada profunda y afilada como un puñal se paseó por todos y cada uno de los
oyentes. Y al llegar a mi, Jesús volvió a repetirlas:
-… No se debe permitir que llegue a ser un simple recuerdo sagrado, una mera tradición
sobre mi o sobre los tiempos en los que ahora vivimos.
Después, descendiendo a un tono más calmado, prosiguió:
-Y no olvidéis que no hemos dirigido un ataque personal a los individuos ni a la autoridad de
los que se sientan en la silla de Moisés. Tan sólo les hemos ofrecido la nueva luz, que ellos han
rechazado con tanto vigor. Hemos arremetido contra ellos sólo por su deslealtad espiritual para
con las mismas verdades que confiesan enseñar y salvaguardar. Hemos chocado con estos
establecidos dirigentes y reconocidos jefes sólo cuando se han opuesto directamente a la
predicación del evangelio. E incluso ahora no somos nosotros los que arremetemos contra ellos,
sino ellos los que buscan nuestra destrucción. No estáis para atacar las antiguas formas. Debéis
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