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Caballo de Troya J. J. Benítez las amenazantes castas sacerdotales. Pero no fue esto lo que escucharon, aunque el rabí hizo algunas alusiones al poder terrenal... -Los reinos de este mundo -dijo entre otras cosas-, siendo como son materiales, pueden estimar a menudo que es necesario emplear la fuerza física para la ejecución y desarrollo de las leyes y del mantenimiento del orden. En el reino de los cielos los creyentes no recurren al empleo de la fuerza física. El reino del cielo, siendo como es una hermandad espiritual entre los hijos de Dios, puede promulgarse únicamente por el poder del espíritu. Esta distinción de procedimiento no anula, sin embargo, el derecho de los grupos sociales de creyentes a mantener el orden en sus filas y administrar disciplina entre los miembros ingobernables e indignos. No es incompatible ser hijo del reino espiritual y ciudadano del gobierno secular y civil. Es deber del creyente dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios... »No puede haber desacuerdo entre estos dos requisitos. A no ser -aclaró Jesús- que resulte que un César intenta usurpar las prerrogativas de Dios y pida homenaje espiritual y se le rinda culto supremo. En tal caso sólo debéis adorar a Dios, mientras intentáis iluminar a esos dirigentes mal guiados. No debéis rendir culto espiritual a los gobernantes de la tierra. Ni tampoco debéis emplear la fuerza física de los gobiernos terrenales. »Ser hijos del reino, desde el punto de vista de una civilización avanzada -prosiguió Jesús, dirigiéndome una significativa mirada- debe convertiros en ciudadanos ideales en los reinos terrenales. La hermandad y el servicio -no lo olvidéis- son las piedras angulares del evangelio. La llamada del amor del reino espiritual debe probar que es efectiva a la hora de destruir el instinto del odio entre los ciudadanos no creyentes y guerreros del mundo terreno. Pero estos hijos de las tinieblas, con mentalidad material, nunca sabrán de vuestra luz espiritual, a no ser que os acerquéis a ellos. Por ello debéis ser honorables y respetados entre los ciudadanos y entre los dirigentes de este mundo. Ese servicio social generoso sólo es la consecuencia natural de un espíritu que vive en la luz. »Como hombres mortales sois en verdad ciudadanos de los reinos terrenales y debéis ser buenos ciudadanos y mucho más cuando habéis vuelto a nacer en el espíritu. Tenéis, por tanto, una triple obligación: servir a Dios, servir al hombre y servir a la hermandad de creyentes en Dios. »No adoréis a los jefes temporales ni empleéis la fuerza para el fomento del reino espiritual. Pero manifestaros en un honrado ministerio de servicio amoroso, tanto a los creyentes como a los no creyentes. Es en el evangelio del reino donde reside el poderoso Espíritu de la Verdad. Yo verteré sobre vosotros ese Espíritu de Verdad y sus frutos serán poderosas palancas sociales que elevarán a las razas de las tinieblas. En verdad os digo que este Espíritu llegará a ser vuestro fulcro, con un poder multiplicador. »Desplegad sabiduría y mostrad sagacidad en vuestros tratos con los dirigentes civiles no creyentes. Por medio de la discreción, mostraros expertos a la hora de allanar desacuerdos poco importantes y arreglar fútiles faltas de entendimiento. Buscad, por todos los procedimientos leales, el vivir apaciblemente con todos los hombres. Sed siempre sabios como las serpientes y tan inofensivos como las palomas... »Seréis mejores ciudadanos si sabéis iluminar vuestro espíritu con la verdad del evangelio. Y los dirigentes en los asuntos civiles mejorarán corno resultado de esta creencia en el reino celestial. »Mientras los jefes de los gobiernos terrenales busquen ejercitar la autoridad, como dictador