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Caballo de Troya J. J. Benítez Sin embargo -añadió mi compañero-, el «rawin»1 del módulo está captando una alteración en los altos niveles de la atmósfera. Localización: vertical de la frontera de Irak con la Arabia Saudí. Los sistemas electrónicos confirman que se trata de una corriente «en chorro» del Este (tipo ecuatorial), con una velocidad máxima aproximada de 70 nudos y entre niveles de 100 y 150 milibares (entre los 14 y 17 kilómetros de altura)... »¡Atención, Jasón! Santa Claus está verificando los datos meteorológicos y todo parece señalar que, en el transcurso de las próximas 24 o 48 horas, esta alteración puede provocar intensos vientos del Este, con arrastre de bancos de arena procedentes de los desiertos arábigos de Nafud y Dahna. »La posibilidad de esta tormenta de arena o siroco sobre Palestina está empezando a confirmarse igualmente por la loca subida de los barómetros de Tonnelot y del "aneroide". Es posible que, si todo sigue igual, mañana tengas que quitarte el manto... Aquella información resultaba especialmente interesante. En la mañana del día siguiente, viernes, debería tener lugar un extraño fenómeno -así lo había leído al menos en las Sagradas Escrituras (Lucas 23,44-46, Marcos 15, 33-34, y Mateo 27, 45-46)-, desde la hora sexta a la nona (desde las 12 del mediodía a las tres de la tarde, aproximadamente), «cubriendo las tinieblas la totalidad de la tierra», según palabras textuales de los evangelistas. Y aunque no quise sacar conclusiones a priori, la advertencia de Eliseo sobre aquellos vientos alisios del ESE, con la posibilidad de un fuerte arrastre de arena del cercano desierto arábigo, me dio ya una ligera idea sobre la verdadera naturaleza del suceso narrado en el Nuevo Testamento... Poco a poco, algunas mujeres fueron saliendo de la tienda y preparando el fuego. Hacia las seis, y cuando daba un pequeño paseo por los alrededores del campamento, tratando de desentumecer mis músculos, vi salir por el cercado de piedra a Judas. Iba solo y, a juzgar por sus andares, con una cierta prisa. Tomó la misma vereda del día anterior, perdiéndose colina abajo, en dirección al Templo o quizá hacia las puertas de la zona sur de la ciudad. Por un instante pensé en seguirle. Pero terminé por desistir. Los planes de Caballo de Troya eran otros. Lo más probable es que el Iscariote fuera a entrevistarse con el jefe de la policía del Sanedrín, tal y como le había sido encomendado el pasado miércoles. Por otra parte, Ismael, el saduceo que había logrado infiltrarse en el consejo de los sacerdotes, había prometido informarnos puntualmente de todos y cada uno de los pasos del traidor, así como de los movimientos de los levitas encargados del prendimiento del Maestro. Esto me tranquilizó y regresé de inmediato al interior del huerto. Jesús y sus hombres seguían durmiendo. En la medida que me lo permitieron, ayudé a las mujeres a avivar la fogata y a transportar los cuencos de leche, suministrada en el momento por dos cabras que Felipe, al parecer, había conseguido el miércoles y que habían amarrado en el interior de la cueva. Mientras preparábamos el desayuno, y casi a la misma hora que el día anterior, irrumpió en el campamento el joven Juan Marcos. Llegó con una cesta algo mayor que la de la víspera y, también sin pronunciar palabra alguna, se la entregó a las mujeres, sentándose después junto al fuego. Y allí permaneció, con la barbilla pegada a las rodillas, como hipnotizado por el frágil baile de las llamas. Algunos de los discípulos empezaron a dar señales de vida, desperezándose sin el menor pudor. Dos de ellos, al descubrir al niño, se aproximaron e intentaron que Marcos les contase qué habían hecho durante aquel largo paseo del miércoles. Pero el muchachito, con los ojos bajos y fruncido el entrecejo, no despegaba los labios. A lo sumo, y cuand