Caballo de Troya
J. J. Benítez
-Sabéis de la vieja enemistad y de los celos de Judas hacia hombres como Juan, Pedro y
Santiago. Si éstos llegasen a sospechar siquiera lo que acaba de planear su compañero, ¿que
creéis que ocurriría...?
Mis amigos asintieron con su silencio.
-Hablad en secreto con el Maestro -proseguí-, si así lo estimáis, pero no carguéis el ya
enrarecido ambiente del grupo. Dejad que sea Jesús -remaché- quien hable con Judas, si lo
considera prudente. El rabí ama también al Iscariote y sabrá lo que debe hacerse...
Tras una encendida discusión, Ismael y José aceptaron mi propuesta y los tres,
aprovechando las últimas luces del día, nos encaminamos hacia la falda del monte de los
Olivos. El anciano y el saduceo, con la única y exclusiva finalidad de hablar con Jesús de
Nazaret, y yo, con el alma encogida ante la posibilidad de que mi exceso de celo por seguir los
pasos de Judas pudiera provocar una catástrofe.
Cuando entramos en el campamento, las mujeres habían preparado una reconfortante
hoguera. Jesús no había regresado aún y los discípulos, inquietos y malhumorados, iban y
venían, reprochándose mutuamente su falta de decisión por no haber escoltado al Maestro.
Pedro, más alterado qu