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Caballo de Troya J. J. Benítez evitando así el peligro del levantamiento de la multitud y un nuevo y posible retraso en su captura, como consecuencia de la inminente fiesta de la Pascua. »Aquellas últimas afirmaciones del primo de Judas animaron extraordinariamente a los miembros del Sanedrín, que veían así una nueva luz para proceder al apresamiento del impostor. »Caifás, entonces, invitó a Judas para que se ratificase en lo que acabábamos de oír. Y el traidor, dando unos pasos hacia la presidencia, respondió con tanta firmeza como frialdad: "Haré todo cuanto ha prometido mi primo. Quiero que Jesús quede bajo vuestra custodia. A cambio, os pido un reconocimiento público..." (Aquella palabra -«custodia»-, repetida varias veces por Ismael, iba a resultar de suma trascendencia para Judas. Su reiteración a la hora de exigir la «custodia» del Maestro no era gratuita. Como veremos en su momento, amén de la profunda desilusión del traidor respecto a los sacerdotes, Judas no pensó jamás que su Maestro fuera ejecutado, sino simplemente encarcelado o custodiado.) Creo que el traidor -prosiguió Ismael visiblemente decepcionado- no captó la mirada de desprecio de Caifás. Si Judas hubiera caído en la cuenta de la trampa que le estaban tendiendo, probablemente no hubiera aceptado aquella situación... »Pero el ladino Caifás no dejó traslucir sus verdaderas intenciones y evitando los planteamientos de Judas, le respondió: "Tú deberás acordar con el jefe de los levitas la forma de traernos a ese galileo esta misma noche o, a lo sumo, mañana jueves, después de la puesta de sol. Cuando nos haya sido entregado, recibirás tu recompensa. »Al escuchar las palabras del sumo sacerdote, los ojos de Judas brillaron con una luz especial. Se sentía satisfecho y así lo manifestó públicamente. Después salió de la sala, celebrando una larga entrevista con el jefe de la policía del Templo. Yo no pude retirarme del consejo del Sanedrín, pero, al rato, supe que los levitas, siguiendo las instrucciones del traidor, habían fijado la detención del Maestro para la noche de mañana, jueves, una vez que los peregrinos y vecinos de Jerusalén se hayan retirado a sus hogares. Por el propio Judas, los levitas habían sabido que el Nazareno se hallaba ausente del campamento de Getsemaní y que, en consecuencia, al no poder conocer con exactitud el momento del regreso del Maestro, su captura había sido aplazada hasta la noche siguiente. Con el fin de concretar aún más los detalles sobre el lugar y momento adecuados del apresamiento, el jefe de la policía judía había pedido a Judas que se personase en el Templo durante la mañana del día siguiente. Ultimada la secreta captura de Jesús, los sacerdotes allí reunidos respiraron aliviados, felicitándose mutuamente por la inesperada y providencial presencia de aquel renegado. Y allí mismo, después de una corta discusión, Caifás fijó ya el precio de la «compra» de Jesús: treinta «seqel» de plata1. Algunos de los saduceos, creyendo que el Sanedrín iba a cumplir su promesa de glorificar a Judas, estimaron que aquel dinero era excesivo. Pero el sumo sacerdote les hizo ver y comprender que no eran esas sus intenciones... Un desolador silencio puso punto final a aquella reunión en casa de José, el de Arimatea. Como muy bien había señalado Ismael, la suerte del Maestro estaba echada..., a no ser, claro, que aquellos dos hombres actuaran de inmediato. Antes de partir hacia el campamento de Getsemani, José e Ismael se enzarzaron en una discusión que me hizo temblar. Por primera vez en el transcurso de mi misión, mi intervención a pesar de todas las precauciones- estaba a punto de provocar algo irremediable. Tanto el de Arimatea como el saduceo estimaban que había que denunciar a Judas y alertar a la totalidad del grupo. Su afán era totalmente comprensible. Sin embargo, y en un último esfuerzo por no alterar los acontecimientos, traté de hacerles comprender que aquélla no era la actitud más inteligente. -Estoy conforme -les dije- con vuestro recto deseo de advertir al Maestro, pero ¿qué ganáis con hacer pública la traición del Iscariote? Ni el anciano ni Ismael parecían comprenderme. Y me vi obligado a recurrir a un argumento que terminó por ser aceptado por ambos. 1 Quiero llamar la atención sobre esa palabra -«compra»- porque, tal y como veremos más adelante, su significado pudo haber abierto una vía de solución al problema de la captura de Jesús y a la desesperación de Judas. (N. del m.) 169