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Caballo de Troya J. J. Benítez monedas... Aunque el Maestro fuera el auténtico libertador de Israel, el sumo sacerdote tiene su corazón ahogado por el odio y el resentimiento y no cejará hasta eliminarlo. Ismael miró a José con una profunda tristeza y añadió: -Su suerte está echada. Traté de no desviar más la conversación y supliqué al saduceo que nos informara sobre lo registrado aquella misma mañana. -Pues veréis: Según mis averiguaciones, durante el martes, Judas celebró una reunión con algunos de sus amigos y parientes. Entre los primeros se hallaban saduceos, íntimos de la familia de su padre. Y fueron éstos los que le animaron a dar el paso que, fatídicamente, acaba de dar. El Iscariote les había dicho que, después de mucho meditar, había llegado a la conclusión de que su permanencia en el grupo de Jesús había sido un error. -¿Por qué? -volví a interrumpirle, ardiendo en deseos de conocer las verdaderas razones que habían empujado a Judas. -Según dijo, el Maestro era sólo un idealista; un soñador bienintencionado, pero no el esperado libertador de Israel. Y añadió que su obsesión era encontrar el modo de retirarse de aquel movimiento de una forma satisfactoria. Esta confesión de Judas fue hábilmente aprovechada por los saduceos, que envolvieron su corazón, asegurándole que su renuncia sería muy bien acogida por los dignatarios sacerdotales. Y llegaron a prometerle, incluso, grandes honores y un reconocimiento público, suficiente como para elevar su prestigio entre los hebreos y borrar esa «desafortunada asociación con los poco ilustrados galileos»... (Aquella trampa fue la perdición de Judas. Conociendo su agudo sentido del ridículo y su irrefrenable ambición, las promesas de honores, dignidades y reconocimiento públicos desencadenaron irreversiblemente su ya antigua decisión de desertar del grupo de Jesús. Curiosamente -y creo que este punto es de suma importancia-, Judas no pensó en el oro a la hora de vender a su Maestro. Eso fue una mera consecuencia. Puestos a pensar con objetividad, ¿qué podían importarle las 30 monedas de plata cuando él, justamente, era el tesorero del grupo y venía manejando y disponiendo desde hacía tres años del dinero de todos? Debo recordar a este respecto que, antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en la mañana del domingo, el Iscariote -en un rasgo de indudable honradez- puso la bolsa común en manos de Simón, «el leproso». Si Judas hubiera acariciado la idea del dinero como única razón de su traición, lo más lógico es que, con su huida, se hubiese apoderado de todo -o parte- del fondo económico del movimiento del que era administrador. Como iremos viendo, las motivaciones del apóstol eran muy distintas y mucho más profundas.) Judas confesó a sus parientes y amigos que estaba convencido que la misión de su Maestro no podía prosperar. Enfrentarse así a los poderosos miembros del Sanedrin sólo podía ocurrírsele a un loco y él, según sus propias palabras, no quería perecer con el resto a manos de la justicia judía o romana. »En el fondo -comentó Ismael, que conocía muy bien la tortuosa personalidad del traidor-, lo que Judas no parece soportar es que se le identifique algún día con un movimiento fracasado... A estas manifestaciones del saduceo me atreví a añadir un hecho -ya comentado por mí anteriormente- que, también, en opinión de mis amigos, había sido fulminante a la hora de entender el comportamiento de Judas. Me referí al incidente del frasco de perfume que derramó María sobre Jesús y a la dura crítica de que fue objeto el Iscariote por parte del Maestro, y tanto José como Ismael -repito- se mostraron de acuerdo en que, ya en esos momentos, la mente del susceptible discípulo empezó a maquinar la forma de vengarse. Sí -repuso José-, Judas es un hombre resentido. En mi opinión, jamás perdonó al Maestro que no le distinguiera del resto, tal y como ha hecho con Juan, Pedro y Santiago. Es probable lamentó el anciano- que los torcidos ánimos de Judas vayan tanto en contra de Jesús como de esos tres compañeros. -El caso es que, después de la reunión del Sanedrín -continuó el saduceo-, Caifás ordenó la entrada en la sala de Judas y de uno de sus familiares. Según entendí, se trataba de un primo suyo. Este, a petición del Consejo, fue el primero en hablar. Presentó a Judas, aburriéndonos a todos con una larga perorata, en la que quiso justificar la decisión de su primo de abandonar el grupo del Galileo. Afirmó que Judas había descubierto su error y que deseaba hacer pública renuncia de su asociación con Jesús. A cambio, solicitaba el perdón, la confianza y la amistad de los altos dignatarios allí congregados. Y como prueba de su sinceridad, el portavoz de Judas explicó que su pariente estaba dispuesto a facilitar el arresto silencioso y 6V7&WF