Caballo de Troya
J. J. Benítez
Sejano...
-¿Ese bastardo? -prorrumpió el procurador, soltando una sonora carcajada1.
Y en uno de aquellos bruscos cambios de carácter, Pilato golpeó la mesa con su puño,
haciendo saltar algunos de los pergaminos y papiros, perfectamente enrollados y apilados sobre
una bandeja de madera. Algunos de aquellos documentos o cartas de piel de cabra, ternero o
cordero -que los romanos llamaban «membrana»- rodaron por el tablero, cayendo a los pies del
oficial. Éste se apresuro a recogerlos, mientras el procurador, nervioso y evidentemente
confundido, se aferraba a su marfileño amuleto fálico.
-¿Estás seguro? -balbuceó Poncio.
Pero antes de que tuviera oportunidad de responderle, miró al centurión, interrogándole a su
vez:
-¿Qué sabes tú?
El oficial negó con la cabeza, sin despegar siquiera los labios.
-Una conjura contra Tiberio...
Pilato hablaba en realidad consigo mismo. Se llevó los dedos a la cara, acariciándose el
mentón en actitud reflexiva y, al fin, levantando los ojos hacia el techo, me preguntó como si
acabara de pillarme en un error:
-A ver silo he comprendido... La astrología dice que los dioses están de parte de Sejano...
Pero tú acabas de anunciar también que prepara una conjura contra el César... Si eso fuera así,
y puesto que dices que Tiberio está informado, ¿cómo es posible que el jefe de los pretorianos
siga gozando de la confianza del Emperador? ¡Responde!
Pilato había vuelto a mirarme de frente. Y con una fiereza que hizo temblar a José de
Arimatea.
Pero yo sostuve su mirada. Tal y como habíamos previsto, el procurador romano había
mordido el anzuelo.
Con toda la calma de que fui capaz entré directamente en busca de lo que realmente me
había llevado hasta allí.
-Existe un plan...
Poncio se apaciguó. Ahora estoy seguro que mi imperturbable serenidad le desarmó.
-¡Habla...!
-Pero antes -repuse-, quisiera solicitar de ti un pequeño favor...
-¡Concedido!, pero habla. ¡Habla...!
-Sabes que, además de mis estudios como astrólogo, me dedico al comercio de maderas.
Pues bien, un rico ciudadano romano de Tesalónica ha sabido del maravilloso sistema de
calefacción subterránea que Augusto mandó construir bajo el suelo de su triclinium (comedor
imperial). Toda Roma está enterada de tu exquisito gusto y de que has mandado colocar bajo
tu triclinium otro sistema parecido. He recibido el encargo expreso y encarecido de este amigo
mío de Grecia de consultarte -si lo estimas prudente- algunos detalles técnicos sobre su
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El procurador estaba al tanto de las argucias empleadas por los colaboradores del temido Sejano para acusar a
Tito Sabino, hombre leal a Agripina y ejecutado, como ya dije, en el año 28. Cuatro pretores que aspiraban al
consulado planearon, con el fin de congraciarse ante Sejano, cómo capturar in fraganti a Sabino. Se trataba de Latino
Laciano, Forcio Cato, Petelio Rufo y Opsio. El primero de ellos se fingió amigo y confidente del infeliz Sabino y excitó
con sus críticas a Sejano y a Tiberio la profunda aversión que sentía el amigo de Germánico (marido de Agripina) hacia
el César y hacia su ministro. Y el día convenido. Laciano llevó a la víctima a su casa, provocando su locuacidad contra el
César y su favorito. Sabino ignoraba que los otros tres cómplices le estaban escuchando desde el desván, a través de
unos agujeros practicados en el suelo. Poco después, las violentas manifestaciones de Sabino estaban en poder de
Tiberio y Sejano, que ordenaron su ejecución. (N. del m.)
1
Reconozco que aquella exclamación, y la actitud en general del procurador respecto a Sejano, nos confundió.
Tanto Eliseo como yo sabíamos que Poncio Pilato había sido designado posiblemente por el general y favorito de
Tiberio, con la intención premeditada de provocar al pueblo judío. Sejano había sido uno de los hombres que más se
había distinguido por su odio contra los hebreos que habitaban en Roma. Poco tiempo antes de la muerte de Cristo, el
emperador ordenó la expulsión de 4000 judíos, que fueron conducidos a la isla de Cerdeña, con la misión de eliminar
las bandas de bandidos que tenían allí sus cuarteles generales. Este destierro masivo estuvo propiciado en buena
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