Caballo de Troya
J. J. Benítez
Sólo así -conociendo el férreo y despótico gobierno de Sejano y la no menos cruel actitud del
César- puede empezar a intuirse por qué Pilato iba a «lavarse las manos» en el proceso contra
el Maestro de Galilea. Todos los gobernadores romanos de provincias -y no digamos Ponciosabían que sus cargos y vidas pendían de un simple hilo. El menor escándalo, murmuración o
denuncia les llevaba irremisiblemente a la destitución, destierro o ejecución. Como veremos en
su momento, el procurador romano en Israel -ante la amenaza de los judíos de acusarle ante el
César de permitir que uno de aquellos hebreos se proclamase «rey»- prefirió doblegarse,
evitando así un enfrentamiento con el implacable Sejano o con Tiberio, a cual más
intransigente...
Estimo, por tanto, que dadas las circunstancias sociales, políticas y de gobierno de aquel año
30 en el Imperio, el acto de Pilato no fue de cobardía, sino de «diplomática prevención». Entre
ambos términos, creo, hay una clara diferencia que -aunque no justifica la determinación del
representante del César (o de Sejano en este caso)- sí ayuda a comprenderle mejor.
-¿Qué tiene que ver ése -preguntó Pilato en tono despectivo- con tus augurios?
Caballo de Troya había sopesado minuciosamente aquella entrevista mía con el procurador
romano. Y aunque estaba previsto que intentara ganarme su confianza y amistad -de cara,
sobre todo, a obtener una mayor facilidad de movimientos por el interior de la Torre Antonia en
la mañana del viernes-, los hombres del general Curtiss habían estimado que no era
recomendable advertir a Poncio Pilato de la trágica caída de Sejano en el año 31. Si el
procurador llegaba a creer a pie juntillas esta «profecía» (que se cumpliría, en efecto, el 18 de
octubre de dicho año), su miedo a Sejano podía desaparecer en parte, pudiendo cambiar así su
decisión de ejecutar a Jesús. Esto, lógicamente, iba en contra de la más elemental ética del
proyecto. Éramos simples observadores y cualquier maniobra que pudiese provocar una
alteración de la Historia nos estaba rigurosamente prohibida.
Así que me limité a exponerle una parte de la verdad.
-Los astros se han mostrado propicios -le dije, adoptando un aire solemne- a Sejano. Su poder
se verá incrementado por el nombramiento de cónsul...1.
Pilato, tal y como suponía, concedió crédito a mis augurios. Al escuchar el «vaticinio»
abandonó la mesa, situándose de cara al extenso ventanal que cerraba aquel arco del salón. Así
permaneció durante algunos minutos, con las manos a la espalda y la cabeza ligeramente
inclinada hacia adelante.
-Así que cónsul... -murmuró de pronto. Y sin volverse, me rogó que prosiguiera.
-Pero eso no es lo más grave -añadí, fijando mi mirada en la del centurión-. Los astros
señalan una grave conjura contra el Emperador...
No pude seguir. Pilato se volvió, fulminándome con la vista.
-¿Lo sabe Tiberio?
-Mi maestro, Trasi