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Caballo de Troya J. J. Benítez excepción de sus astrólogos y puedo asegurarte que su desconfianza e inestabilidad senil son tales que, incluso, está asesinando a mis compañeros. -¿Está matando a sus astrólogos? -me interrumpió el gobernador con un rictus de incredulidad. Aquella noticia, al parecer, no había llegado aún a la remota Palestina. Y procuré aprovecharlo. -Así es, procurador. Su demencia está comprometiendo a cuantos le conocen. Cada tarde, Tiberio recibe a un astrólogo. Lo hace en la más alta de las doce villas que mandó construir en la isla y que, como sabes, están dedicadas a otros doce dioses. Pues bien, si el emperador cree que el astrólogo de turno no le ha dicho la verdad en sus presagios, ordena al robusto esclavo que le acompaña que, a su regreso del palacio, arroje al caldeo por los acantilados... Pilato sonrió maliciosamente y, señalándome con su dedo índice, preguntó sin rodeos: -¿Y tú...? ¿Cómo es que sigues con vida? -Procuré seguir los consejos de mi maestro, Trasilo, y los que me dictó mi propio corazón. Es decir, la dije la verdad al Emperador... (Eliseo me transmitió entonces el texto de una leyenda que circuló en aquella época y que de ser cierta- pone de manifiesto la ya citada dureza de carácter de Tiberio. «Cuando Trasilo fue llamado por el César para que le anunciara su porvenir, aquél, palideciendo, le advirtió valerosamente que le amenazaba un gran peligro. Tiberio, confortado con su lealtad, le besó, tomándole como el primero de sus astrólogos.») Pilato no pudo contener su curiosidad y estalló: -¿Y cuáles son esos hechos que -según tú- conmoverán a todo el Imperio? -Hemos leído en los astros y éstos auguran un gravísimo 7V6W6