Caballo de Troya
J. J. Benítez
según todos los historiadores- era una de las características de los «claudios». Tiberio había
perdido el cabello desde su lejana juventud, utilizando al parecer pelucas rubias,
confeccionadas -según Ovidio- con las matas de pelo de las esclavas y prisioneras de los
pueblos bárbaros. Otros emperadores, como Julio César y Calígula, presentaban esta
enfermedad. Séneca describe magistralmente el grave complejo de Calígula como consecuencia
de su calvicie: «Mirarle a la cabeza -dice el español- era un crimen...»
Por supuesto, y curándome en salud, procuré mirar lo menos posible hacia el postizo de
Pilato...
Una caries galopante había diezmado su dentadura, salpicándola de puntos negros que hacían
aún más desagradable aquel rostro blanco, hinchado y redondo como un escudo. Poncio,
consciente de este problema, había tratado de remediar su malparada dentadura, haciéndose
colocar dos dientes de oro en la mandíbula superior y otro en la inferior. Aquellas prótesis,
además, denunciaban su privilegiada situación económica. Pilato lo sabía y observé que aunque no hubiera motivo para ello- le encantaba sonreír y enseñar «sus poderes»1.
A pesar de su apuradísimo rasurado y del perfume que utilizaba, su aspecto, en general,
resultaba poco agradable. También -creo yo- la descripción física de Poncio Pilato encajaba con
la clasificación tipológica que había hecho Ernest Kretschmer. Al menos, desde un punto de
vista externo, coincidía con el llamado tipo «pícnico». Pero lo que realmente me interesaba era
su forma de ser. Era vital poder bucear en su espíritu, a fin de entender mejor sus motivaciones
y sacar algún tipo de conclusión sobre su comportamiento en aquella mañana del viernes, 7 de
abril.
El procurador agradeció el obsequio de José y, cayendo sobre mí, me preguntó entre risitas:
-¿Y cómo sigue el «viejecito»?
Yo sabía que el carácter áspero y la extrema seriedad de Tiberio -ya desde su juventud- le
habían valido este apelativo. Y traté de responder sin perder la calma:
-En mi viaje hacia esta provincia oriental he tenido el honor de verle en su retiro de la isla de
Capri. Su salud sigue deteriorándose tan rápidamente como su humor...
-¡Ah! -exclamó el procurador, simulando no conocer la noticia-. Pero, ¿es que ha vuelto a
Capri?
Aquello terminó de alertarme. Pilato, con aquellas y las siguientes preguntas, trataba de
averiguar si yo formaba parte del grupo de astrólogos que rodeaba a Tiberio y que Juvenal
(años más tarde) calificaría irónicamente como «rebaño caldeo». La suerte estaba echada. Así
que procuré seguirle la corriente...
1
En contra de lo que han llegado a opinar algunos investigadores, el procurador Poncio Pilato no fue jamás un
esclavo liberto. Procedía de una familia nobilísima y muy antigua, entroncada desde cuatro siglos antes de Cristo con el
«orden ecuestre» romano. Un antepasado suyo, Poncio Cominio, tomó parte en la guerra de Camilo contra los galos.
Con gran arrojo, este antepasado de Pilato consiguió penetrar en Roma escondido en una barquichuela de cortezas de
árbol. El origen de Cominio, como nos señala su propio nombre, era samnita. Doscientos años más tarde surgen en la
Historia de Roma otros dos «Poncios» famosos: Cayo Poncio Telesino y su padre, Cayo Poncio Herenio, amigo de
Platón. La familia de Poncio Pilato, según todos los historiadores, se dividía en cuatro grandes «ramas»: los telesinos,
los cominianos, los fregelanos y los anfidianos. Todos ellos tomaban el nombre del lugar de procedencia de su familia.
La «rama» más distinguida y noble fue, sin duda, la de los telesinos, de la que procedía Cayo Herenio, lugarteniente de
Mario en la guerra de España, en tiempos de Sila. Pero más famoso fue aún Poncio Telesino, que puso a Sila en
grandísimo aprieto y cuya muerte fue, para Mario, la señal de su derrota. Desde entonces, los Poncio Telesinos
desaparecen de la historia de Roma, aunque dos importantes poetas -Marcial y Juvenal- hablan de ellos. Uno para mal
y el segundo, que los tenía en gran aprecio, para bien. Es difícil precisar a cuáles de las dos «ramas» importantes pudo
pertenecer Poncio Pilato aunque todo hace suponer -dado su rango y cargo- que a la de los «telesinos». «Pilato» no era
otra cosa que un sobrenombre o apodo, como ocurría con otros personajes ilustres: Cicerón, Torcuato, Corvino, etc.
Significaba «hombre de lanza», y presumiblemente tenía relación con algún importante hecho de armas ocurrido en la
familia de los Poncio. En la guerra civil de César y Pompeyo, por ejemplo, los Poncio fueron partidarios del primero,
contándose de ellos algunos rasgos heroicos que les valieron una gran amistad con César. Otros miembros de la
familia, sin embargo, permanecieron fieles a la República, como fue el caso de Lucio Poncio Aquila, amigo de Cicerón.
En tiempos de Tiberio aparecen los « fasces « consulares en manos de un tal Cayo Poncio Nigrino y en los bancos del
Senado tenemos a otro Poncio Fregelano, caído más tarde en desgracia al unirse al temido general Sejan