Caballo de Troya
J. J. Benítez
que -según rezaba el Antiguo Testamento-, la tinta debía ser susceptible de disolverse en agua,
redujo considerablemente el panel de tintas utilizadas presumiblemente en el siglo I en Israel.
Este importante requisito de la disolución de la tinta en agua, y el no menos decisivo hecho de
que provocara en el ser humano los ya referidos efectos, nos condujo casi irremisiblemente a la
llamada «tinta azul». Nuestros técnicos descubrieron igualmente que uno de sus ingredientes el ácido arsenioso- no formaba parte en realidad de las sustancias primigenias y necesarias
para la composición de la tinta. Junto al añil, al carbonato potásico y a la cal viva aparecía el
sulfuro de arsénico, pero nunca el ácido arsenioso. ¿Cómo podía ser esto? La explicación era
elemental: los israelitas utilizaban el tipo denominado «sulfuro amarillo de arsénico», que se
daba espontáneamente en la Naturaleza, en masas compuestas de láminas semitransparentes,
de color amarillo-oro, inodoras, insípidas, insolubles en agua y volátiles al fuego1. Este «sulfuro
amarillo de arsénico» no es tóxico. Ello explicaba que pudiera ser manipulado sin problemas.
Sin embargo, en su interior se albergaba un veneno muy activo: el ácido arsenioso puro, de
efectos muy enérgicos. Los judíos conseguían la disolución de este veneno (insoluble en agua,
como ya comenté anteriormente), merced a otras sustancias que sí aparecían en la
composición de la «tinta azul»: el carbonato potásico y la cal viva, ambos de fuerte poder
alcalino2.
Probablemente, el sacerdote encargado de la «fabricación» de las «aguas amargas» hervía
las cuatro primeras sustancias -añil, carbonato potásico, sulfuro amarillo de arsénico y cal viva, consiguiendo una disolución total. A continuación, tras filtrar el líquido resultante, le añadía
una pequeña porción de goma arábiga pulverizada -hallada por nuestros especialistas en la
«tinta azul» y en una proporción idéntica a la cal viva-, resultando un brebaje doblemente útil:
como tinta y como veneno.
En cuanto al sabor amargo, que dio nombre a la pócima, podría deberse a la presencia del
carbonato potásico, de fuerte sabor acre3.
Dado el carácter «sagrado» de esta «tinta», lo más lógico es que no fuera compuesta hasta
poco antes de su empleo. La Misná, en su Orden Tercero (dedicado a las mujeres), explica que
el sacerdote llenaba un cuenco nuevo de barro con una cantidad que oscilaba entre un cuarto y
medio «log» de agua del pilón (es decir, entre 125 y 250 gramos de agua común). A
continuación «entraba en el Santuario y se dirigía hacia la derecha, donde había un lugar de un
codo cuadrado (unos 45 centímetros cuadrados) con una mesa de mármol y un anillo fijado a
ella. Después de alzaría cogía la ceniza que había bajo ella y la ponía en el cuenco, de tal modo
que se hiciese perceptible en el agua, tal como está escrito: «de la ceniza que haya en el
pavimento del santuario tomará el sacerdote y la pondrá en el agua».
Por último, el sacerdote se hacía con la «tinta» y escribía las fórmulas rituales. Yavé -tal y
como e 7V6