Caballo de Troya
J. J. Benítez
ataque de desesperación, convulsionándose violentamente y profiriendo unos alaridos que
hicieron levantar el vuelo de las numerosas palomas que se hallaban posadas sobre los
torreones y cúpula del Templo.
Un silencio total -roto únicamente por los aullidos de la prisionera- cayó poco a poco sobre el
lugar. El sacerdote que portaba la vasija de barro levantó entonces su voz, conminando a la
mujer a que, por última vez, se declarara culpable o inocente.
El gentío aguardó expectante. Pero la hebrea entre gemidos cada vez más apagados, sólo
acertó a pronunciar dos palabras fatídicas: «Soy pura.»
El miembro del Templo, que parecía tener una incomprensible prisa, volvió la cabeza hacia
uno de los levitas, musitándole algo al oído. El policía dejó entonces su puesto, uniéndose a los
tres compañeros que retenían a la joven. Y situándose a espaldas de la víctima la sujetó por la
espesa mata de pelo, tirando de los cabellos hacia abajo y obligándola a mantener el rostro
cara al cielo. Los gritos arreciaron. Mientras la patrulla afianzaba sus pies sobre el áspero
terreno, sujetando con nuevos bríos los brazos y piernas de la mujer, otros dos policías se
situaron a escasos centímetros de ella, cada uno frente a un costado. Y como si aquella
operación hubiera sido largamente estudiada o practicada, mientras el levita del flanco
izquierdo cerraba con sus dedos la nariz de la «adúltera», el del costado derecho situó sus
manos a escasa altura de la cara, esperando a que el peligro de asfixia obligara a abrir la boca
a la judía. Entre sollozos y resoplidos mal contenidos, la muchacha terminó por aspirar aire.
Como movidas por un resorte, las manos del policía se hundieron en el interior de la boca,
separando violentamente la mandíbula inferior. En décimas de segundo, el sacerdote que
portaba el cuenco dio un paso hacia adelante, vertiendo su contenido en la boca de la víctima.
A pesar de los seis policías que tomaban parte en la inmovilización de la hebrea, ésta consiguió
ladear levemente la cabeza, haciendo que parte de aquel líquido negruzco se derramara por sus
mejillas, cuello y túnica.
Una vez W&F