Caballo de Troya
J. J. Benítez
El rabí, aun sabiendo la falta de sinceridad de aquellos saduceos, accedió a contestar. Y les
dijo:
-Todos erráis al hacer tales preguntas porque no conocéis las Escrituras ni el poder viviente
de Dios. Sabéis que los hijos de este mundo pueden casarse y ser dados en matrimonio, pero
no parecéis comprender que los que se hacen merecedores de los mundos venideros a través
de la resurrección de los justos, ni se casan ni son dados en matrimonio. Los que experimentan
la resurrección de entre los muertos son más como los ángeles del cielo y nunca mueren. Estos
resucitados son eternamente hijos de Dios. Son los hijos de la luz. Incluso vuestro padre,
Moisés, comprendió esto. Ante la zarza ardiente oyó al Padre decir: «Soy el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Y así, junto a Moisés, yo declaro que mi Padre no es el
Dios de los muertos, sino de los vivos. En él, todos vosotros os reproducís y poseéis vuestra
existencia mortal.
Los saduceos se retiraron, presa de una gran confusión, mientras sus seculares enemigos,
los fariseos, llegaban a exclamar a voz en grito: «¡Verdad, verdad, verdad Maestro! Has
contestado bien a estos incrédulos.»
Quedé nuevamente sorprendido, al igual que aquella multitud, por la sagacidad y reflejos
mentales de aquel gigante. Jesús conocía la doctrina de esta secta, que sólo aceptaba como
válidos los cinco textos llamados los Libros de Moisés. Y recurrió precisamente a Moisés en su
respuesta, desarmando a los saduceos. Pero, desde mi punto de vista, los fariseos que
aplaudieron las palabras del Maestro, no entendieron tampoco la profundidad del mensaje del
Nazareno, cuando aludió con voz rotunda « a los que experimentan la resurrección de entre los
muertos». Los «santos» o «separados» -como se les llamaba popularmente a los fariseoscreían que, en la resurrección, los cuerpos se levantaban físicamente. Y Jesús, en sus
afirmaciones, no se refirió a este tipo de resurrección...
El Maestro parecía resignado a suspender temporalmente su predicación y esperó en silencio
una nueva pregunta. La verdad es que llegó a los pocos momentos, de labios de aquel mismo
grupo de fariseos que había simulado tan cálidos elogios hacia el rabí. Uno de ellos, señalando a
Jesús, expuso un tema que conmovió de nuevo al gentío:
-Maestro -le dijo-, soy abogado y me gustaría preguntarte cuál es, en tu opinión, el mayor
mandamiento.
Sin conceder un segundo siquiera a la reflexión -y elevando aún más su potente voz-, el
gigante repuso:
-No hay más que un mandamiento y ése es el mayor de todos. Es éste: ¡Oye, oh Israel! El
Señor, nuestro Dios, el Señor es uno. Y lo amarás con todo tu corazón y con toda tu alma, con
toda tu mente y con toda tu fuerza. Este es el primero y el gran mandamiento. Y el segundo es
como este primero. En realidad, sale directamente de él y es: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. En ellos se basa toda la Ley y los profetas.
Aquel hombre de leyes, consternado por la sabiduría de la respuesta de Jesús, se inclinó a
alabar abiertamente al rabí:
-Verdaderamente, Maestro, has dicho bien. Dios, ¡bendito sea!, es uno y nada más hay tras
él. Amarle con todo el corazón, entendimiento y fuerza y amar al prójimo como a uno mismo es
el primero y el gran mandamiento. Estamos de acuerdo en que este gran mandamiento ha de
ser tenido mucho más en cuenta que todas las ofrendas y sacrificios que se queman.
Ante semejante respuesta, el Nazareno se sintió satisfecho y sentenció, ante el estupor de
los fariseos:
-Amigo mío, me doy cuenta de que no estás lejos del reino de Dios...
Jesús no se equivocaba. Aquella misma noche, en secreto, aquel fariseo acudió hasta el
campamento situado en el huerto de Getsemaní, siendo instruido por Jesús y pidiendo ser
bautizado.
Aquella sucesión de descalabros dialécticos terminó por disuadir a los restantes grupos de
escribas, saduceos y fariseos, que comenzaron a retirarse disimuladamente.
Al observar que no había más preguntas, el Galileo se puso en pie y, antes de que los
venenosos sacerdotes desaparecieran, les lanzó esta interrogante:
-Puesto que no hacéis más preguntas, me gustaría haceros una:
¿Qué pensáis del Libertador? Es decir, ¿de quién es hijo?
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