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Caballo de Troya J. J. Benítez -¿Qué imagen e inscripción lleva esta moneda? Los jóvenes se miraron con extrañeza y respondieron, dando por sentado que el rabí conocía perfectamente la respuesta: -La del César. -Entonces -contestó Jesús, devolviéndoles la moneda-, dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios y a mí, lo que es mío... La multitud, maravillada ante la astucia y sagacidad de Jesús, prorrumpió en aplausos, mientras los aspirantes a escribas y sus cómplices, los «herodianos», se retiraban avergonzados. Instintivamente, mientras Jesús contemplaba aquel denario, extraje de mi bolsa una moneda similar y la examiné detenidamente. En una de sus caras se apreciaba la imagen del César, sentado de perfil en una silla. A su alrededor podía leerse la siguiente inscripción: Pontif Maxim. En la otra cara la efigie de Tiberio, coronado de laurel, con otra leyenda a su alrededor: Ave Augustus Ti Caesar Divi1. Aquella nueva trampa pública había sido muy bien planeada. Todo el mundo sabía que el denario era el máximo tributo que la nación judía debía pagar inexorablemente a Roma, como señal de sumisión y vasallaje. Si el Maestro hubiera negado el tributo, los miembros del Sanedrín habrían acudido rápidamente ante el procurador romano, acusando a Jesús de sedición. Si, por el contrario, se hubiese mostrado partidario de acatar las órdenes del Imperio, la mayoría del pueblo judío hubiera sentido herido su orgullo patriótico, excepción hecha de los saduceos, que pagaban el tributo con gusto. Fueron estos últimos precisamente quienes, pocos minutos después de este incidente, y siguiendo la estrategia programada por el Sanedrín, avanzaron hacia Jesús -que intentaba proseguir con sus enseñanzas- tendiéndole una segunda trampa: -Maestro -le dijo el portavoz del grupo-, Moisés dijo que si un hombre casado muriese sin dejar hijos, su hermano debería tomar a su esposa y sembrar semilla por el hermano muerto. Entonces ocurrió un caso: cierto hombre que tenía seis hermanos murió sin descendencia. Su siguiente hermano tomó a su esposa, pero también murió pronto sin dejar hijos. Y lo mismo hizo el segundo hermano, muriendo igualmente sin prole. Y así hasta que los seis hermanos tuvieron a la esposa y todos pasaron sin dejar hijos. Entonces, después de todos ellos, la propia esposa falleció. Lo que te queríamos preguntar es lo siguiente: cuando resuciten, ¿de quién será la esposa? Al escuchar la disertación del saduceo, varios de los discípulos de Jesús movieron negativamente la cabeza, en señal de desaprobación. Según me explicaron, las leyes judías sobre este particular hacía tiempo que eran «letra muerta» para el pueblo. Amén de que aquel caso tan concreto era muy difícil de que se produjera en realidad, sólo algunas comunidades de fariseos -los más puristas- seguían considerando y practicando el llamado matrimonio de levirato2. plata o 3600 ases. Esta cantidad fue confirmada por Tácito en tiempos de Tiberio (Ann. 1, 17: denis in diem assibus animan et corpus aestimari). Los centuriones, por su parte, cobraban 2500 denarios-año y los llamados primi ordines, 5000. (N. del m.) 1 «Sumo Pontífice» y «¡Salve, Divino Tiberio César Augusto!», respectivamente. Las inscripciones aparecían abreviadas. En realidad deberían decir: Pontifex Maximus y Ave Augustos Tiberius Caesar Divinus. (N. del m.) 2 El ordenador central del módulo me proporcionó aquella misma noche una extensa y exhaustiva informaci ;6