Caballo de Troya
J. J. Benítez
Como digo, este dispositivo de lentes gaseosas iba a resultar de suma utilidad. A lo largo de
los intensos y dramáticos jueves y viernes, el cambio instantáneo de un gran angular a
teleobjetivo, por ejemplo, me permitiría filmar detalles de extrema importancia, especialmente
durante las horas que duró la crucifixión. Aunque prefiero referirme a ello más adelante, el
proceso de filmación se hallaba íntimamente ligado a otro sistema de «exploración» médica: la
emisión infrarroja, igualmente dispuesta en la «vara de Moisés», aunque en un mecanismo
alojado en la zona superior del cayado, a 1,70 metros de la base.
Tanto el equipo de filmación como el de infrarrojos, así como otro de ultrasonidos, eran
sostenidos por el ya mencionado microcomputador nuclear, estratégicamente encerrado en la
base de la vara. Su complejidad era tal que, además de las funciones de control automático de
la filmación, acumulación de película (capaz para 150 horas de filmación), regulación de las
emisiones, recepción y proceso de las ondas ultrasónicas y radiación infrarroja,
«traduciéndolas» a imágenes y sonidos, alimentador de los generadores de ultrafrecuencia,
etc., su memoria de titanio1 le capacitaba incluso para controlar en cada instante hasta los
movimientos de turbulencia en cada uno de los puntos de las cuatro cámaras gaseosas de cine,
corrigiéndolos y consiguiendo una perfecta estabilidad óptica.
Comentemos otro ejemplo: en un recipiente lleno de aire, calentado por su parte inferior y refrigerado por la superior,
las capas inferiores serán menos densas que las superiores. En este caso, y debido a la dilatación térmica del gas, un
rayo de luz sufrirá sucesivas refracciones, curvándose hacia arriba. Si invertimos el proceso, el rayo se curvará hacia
abajo. Caballo de Troya, en base a estos principios, consiguió un control de temperaturas muy exacto en los diversos
puntos de una masa sólida, líquida, gaseosa o de transición. Ello se logró emitiendo dos haces de ondas ultracortas,
que vaciaron el gradiente de temperatura en un punto concreto «P» de una masa de gas; es decir, se obtuvo el
calentamiento de un pequeño entorno de gas en esa zona. Por este procedimiento se pudo caldear, por ejemplo, la
totalidad de un recipiente, dejando en el interior una masa de gas frío que adopta una forma lenticular y que, a su vez,
puede ser alterada, lográndose un cambio en su espesor y forma óptica. La luz que atraviesa esa masa previamente
«trabajada» de gas frío seguirá direcciones definidas, de acuerdo con las leyes ópticas universales. Esta fue la clave
para sustituir definitivamente las lentes tradicionales de vidrio por las de naturaleza gaseosa. Estas lentes
revolucionarias son creadas en el interior de un cilindro transparente de paredes muy delgadas, lleno de gas nitróg V