Caballo de Troya
J. J. Benítez
templo a la primera manada, dirigió aquellos asustados animales en dirección a las mesas y
puestos de venta de los «cambistas» e «intermediarios». Como era de suponer, la estampida
provocó el pánico de los hebreos que, en su atropellada huida hacia los pórticos de salida,
derribaron un sinfín de tenderetes. Los bueyes, por su parte, terminaron por pisotear el género,
derramando numerosos cántaros de aceite y de sal.
La confusión fue aprovechada por un nutrido grupo de peregrinos que se desquitó> volcando
las pocas mesas que aún quedaban en pie. En cuestión de minutos, aquel comercio había sido
materialmente barrido, con el consiguiente regocijo de los miles de judíos que odiaban aquella
permanente profanación. Para cuando los soldados romanos hicieron acto de presencia, todo
aparecía tranquilo y en silencio.
Jesús de Nazaret, que no había tocado con el látigo a un solo hebreo ni había derribado
mesa alguna -de ello puedo dar fe, puesto que permanecí muy cerca del Maestro- volvió
entonces a lo alto de las escalinatas y, dirigiéndose a la multitud, gritó:
-Vosotros habéis sido testigos este día de lo que está escrito en las Escrituras: «Mi casa será
llamada una casa de oración para todas las naciones, pero habéis hecho de ella una madriguera
de ladrones. »
Mi sorpresa llegó al máximo cuando, antes de que el rabí concluyera sus palabras, un tropel
de jóvenes judíos se destacó de entre la muchedumbre, aplaudiendo a Jesús y entonando
himnos de agradecimiento por la audacia y coraje del Galileo.
Aquel suceso, por supuesto, no tenía nada que ver con lo que se cuenta en los Evangelios y
en los que -dicho sea de paso- el Mesías aparece como un colérico individuo, capaz de golpear
y azotar a las gentes. Como ya he mencionado, Jesús había predicado otras muchas veces en
aquella misma explanada del templo y jamás se había comportado de aquel modo. El conocía
perfectamente el cambalache y el robo que se registraban a diario en el atrio de los Gentiles y,
no obstante, jamás se manifestó violentamente contra tal situación. Si en la mañana de aquel
lunes provocó la estampida del ganado fue, en mi opinión, como consecuencia de una situación
concretísima e insostenible.
Quienes no podían faltar, obviamente, eran los responsables del templo. Cuando los
sacerdotes tuvieron conocimiento del incidente