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Caballo de Troya J. J. Benítez de «expertos» -especialmente escribas1 y fariseos- que siguieran los pasos del Galileo y trataran de confundirle y ridiculizarle en público, diezmando así su prestigio e influencia entre las gentes sencillas. Siguiendo esta consigna, hacia las dos de la tarde, uno de estos grupos se abrió paso hasta el lugar donde Jesús había seguido su plática. Y con su característico estilo -soberbio y autontario- le preguntaron al Maestro: -¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? Ellos sabían que el Nazareno no había pasado por las obligadas escuelas rabínicas y que, por tanto, sus enseñanzas y el propio título de «rabí» que muchos le atribuían no eran correctos, desde la más estricta pureza legal y jurídica. Pero Jesús -con aquella brillantez de reflejos que le caracterizaba- les respondió con otra interrogante: -También me gustaría a mí haceros otra pregunta. Si me contestáis, yo os diré igualmente con qué autoridad hago estos trabajos. Decidme: el bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Consiguió Juan esta autoridad del cielo o de los hombres? Los escribas y fariseos formaron un corro entre ellos y comenzaron a deliberar en voz baja, mientras Jesús y la multitud esperaban en silencio. Habían pretendido acorralar al Galileo y ahora eran ellos los que se veían en una embarazosa situación. Por fin, volviéndose hacia Jesús, replicaron: -Respecto al bautismo de Juan, no podemos contestar. No sabemos... La razón de aquella negativa estaba bien clara. Si afirmaban que «del cielo», Jesús podía responderles: «¿Por qué no le creísteis entonces?» Además, en este caso, el Maestro podía haber añadido que su autoridad procedía de Juan. Si, por el contrario, los escribas respondían que «de los hombres», aquella muchedumbre -que había considerado a Juan como un profetapodía echarse encima de los sacerdotes... La estrategia de Cristo, una vez más, había sido brillante y rotunda. Y el rabí, mirándoles fijamente, añadió: -Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas... Los hebreos estallaron en ruidosas carcajadas, ante la impotencia de los «máximos maestros» de Israel, rojos de ira y de vergüenza. Jesús dirigió entonces su mirada hacia los que habían tratado de perderle y les dijo: -Puesto que estáis en duda sobre la misión de Juan y en enemistad con la enseñanza y hechos del Hijo del Hombre, prestad atención mientras os digo una parábola. Cierto gran y respetado terrateniente -comenzó el Galileo su relato- tenía dos hijos. Deseando que le ayudaran en la dirección de sus tierras, acudió a uno de ellos y le dijo: «Hijo, ve a trabajar hoy 1 La gran diferencia entre los escribas y el resto del sacerdocio -fariseos, levitas, jefes del templo, etc.- se basaba en el saber. Los escribas venían a ser los depositarios de la ciencia y de la iniciación. Para llegar a formar parte de las llamadas «corporaciones de escribas», el aspirante se veía obligado a cursar numerosos estudios que empezaban en sus años de juventud. Cuando el talmîd o alumno había llegado a dominar la materia tradicional y el me todo de la halaja (determinadas secciones de la literatura rabínica de argumento legal), hasta el punto de ser considerado como persona capacitada para tomar decisiones personales en las cuestiones de legislación religiosa y de derecho penal, entonces, y sólo entonces, era designado como «doctor no ordenado» o talmîd hakam. Después, cuando había llegado a los cuarenta años -edad canónica para la ordenación- el aspirante a es 7&